Diario de León

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Civilización es enterrar a los muertos y proteger el sueño de los vivos; en especial, el sueño de los niños, que son los primeros, también en el orden de este amparo. Las guerras no son civilizadas ni atienden a ninguno de esos propósitos. Ni con la factoría de cadáveres en serie maniatados con la bandera blanca de su rendición, con un tiro en la cabeza, o el torso acribillado, con los que siembra Ucrania el ejército rojo mientras Occidente lamenta que no haya simiente de girasol; ni entre la infancia, que lleva más de un mes ahuyentada entre el espanto por los arcenes de las carreteras. Las bombas crean terror y el terror tiene un efecto devastador; el del imperio comunista o el del Cervera frente a la playa de San Lorenzo. Hace treinta años, un bando de cormoranes halló la paz que arrebató el estallido de los Balcanes en las aguas serenas de Pedrosa del Rey, que disimulan la agitación de otra guerra. El niño que huye arrastra la angustia por siempre jamás. La angustia es tan universal como el miedo; como universal es la compasión. Y, universal, la esperanza que contagian los ojos de esa niña que llegó a León aferrada al instinto que genera el pavor y, a la vez, lo abate. Acobardada, agarrada a una cesta naranja y a un muñeco con body rosa, asido como quien rescata a un bebé de las llamas, y el chupete colgado de la prisa, mientras el nene solloza todo lo que puede llorar al huir de un infierno de balas. Es alentador lo que Acacio inmortalizó a este lado de la trinchera que ofrece el horizonte de Sahagún, en mitad del camino del este que cada mañana saludan los rayos del Sol, que antes ya lamieron las estepas del rincón y la historia que dejó atrás. La niña de la trenka azul vino con su patria en brazos, que es como andan los niños ucranianos por el mundo; con teléfonos y direcciones de parientes pintados a boli en la piel, por si los atrapa la orfandad. Los niños ucranianos también encuentran el sosiego enredados entre las piernas de sus madres, mientras dejan recostar la cabeza contra el vientre, donde se enjugan los miedos, y cicatrizan las heridas abiertas por la barbarie. Ensayo de Acacio sobre la esperanza que anida en Sahagún. La valentía tiene más que ver con engatillar una cámara que con la infamia de las bestias que empuñan el AK-47.

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