Diario de León

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Un saludo al que escondió la bola caliente del Real Madrid, y puso en el Reino al alter ego de León. Si hay equipo de fútbol, idea, alma, verdad y consecuencia, que cuente con una historia más tormentosa que esta de aquí, creció como nata sobre leche entre el Manzanares y el Metropolitano, donde lloraban los abuelos, con los papás de la mano. La imposibilidad los persigue en el tiempo, por eso las lágrimas, por eso los versos. Ese Atleti es un amuleto; mira al Atleti, repiten los terapeutas con el paciente reventado en el diván; el Atleti es un chute de energía para alegrar los días que no dejan otra opción que la melancolía vestida de tul entre la niebla, bailarina vacilona que no acierta a pasar del plié. Si lo hubieran echado a suertes para poner la bola en juego quien más calamidades llevaba el tapete, si el Atleti o si León, estaría por comenzar el encuentro. Dice usted de finales; la minería, la de la sede del Banco de España, final de la industria que murió en el vientre de mamá, los finales sumarísimos de los valles anegados por embalses, final de los rellanos en los que no se podrá regar, finales crueles para la generación del baby boom, que está diseminada por el mundo adelante; final de finales para los chavales que sacan en venta anticipada el billete que emplearán con la mayoría de edad, por si se agota. Para final, la de Laciana, que fue de días, mes, año y siglo, y no esas copas de Europa de pupas y salpullidos. Dice de mili y cabezazos. El de Ramos, sí, una broma de jardín de infancia al lado del testarazo del Estado en el 81, y otros referentes desgraciados en espacios comunes que, por previsibles y conocidos, terminan por no hacer ni puta gracia. Tal es el mimetismo en el suplicio que hoy no hay lugar en (sin León no hubiera) España que empatice más que este reino con las desgracias atléticas. La prensa vendió el resultado por el sonrojo para los colchoneros; como si León no acumulara derrotas más lacerantes, y con rivales de menor entidad. Los leoneses nacen del Atleti, y llegan a morir sin siquiera saberlo; y andan por la vida con la cabeza amoratada de los golpes. Nadie encaja mejor las ostias que quien las recibe con el menú diario. Atléticos y leoneses ya tenían referencias de que no estaban solos en el mundo, por la intuición de que siempre hay alguien tan atormentado. Los peores capítulos alimentan las grandes historias. Será eso, para el Atleti y para León.

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