Diario de León

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La escuela es la única herramienta que tenemos los pobres para aflojar las bridas de la escasez y dar futuro a los hijos. Por eso, la atacan en todas sus formas. La escuela hogar, por ejemplo, que es una redundancia de libro; tipo la cita previa. La escuela hogar es el nunca jamás de la educación. Escuela y hogar sólo se pueden llegar a distinguir en el concepto social del elitismo, que se permite cerrar una puerta del salón y abrir la del aula mientras navega en el mar de distancia que concede la holgura del lujo; desconectar el plasma y mirar a la pizarra, con la sorpresa de un extraterrestre. Hacer migas en una escuela hogar simplifica los desafíos. También en aquella otra escuela hogar que fumigaron en León, creo que por la misma razón por la que arrasarán esta de Ponferrada, remedo del atentado de hace casi cuarenta años contra la palanca de esperanza que supuso aquel sistema de rescate docente; cuando la empatía era por necesidad, y capaz de crear tantos vínculos como la leche materna, cuando la vida se planeaba con las manos en los bolsillos y fabulaciones con películas que no llegaron al cine, y el tiempo se digería a base de dar piqueros al balón; el campo nuevo de San Cayetano parecía el Molinón, que sacaba Estudio Estadio los domingos. Los más sofisticados, quemaron la suela de las John Smith en maratones para llegar a la hora de cierre y sortear el síndrome de la Cenicienta, que deglute las expectativas que se crean, crear y creer, cuando la carroza resulta una calabaza tirada por ratones. No se conforman con vaciar el territorio, no; ahora hostigan a los hijos de los que resisten. La escuela es el único arma que tenemos los pobres contra los políticos, que son parte de las élites, con los mismo aparejos de doblegar; los mismos, de hace cuarenta años o de cuatro siglos: leña a la escuela. A romper alas para reventar el vuelo. Si precisan de un repaso por la tierra quemada que deja la decisión, lo recogió este día de atrás Fidalgo, en otra muestra deliciosa de periodismo en la que suele incurrir con frecuencia este periódico de León; si quieren esos regentes de hemiciclos y despachos lejanos, hay un enlace a los abrazos rotos, para que se regodeen con los desperfectos que van a ocasionar. Igual, si lo leen, al final tienen que hacerse así, porque se les ha metido una cosa en el ojo. Igual, no. Porque parece que se trata de gente sin alma, de gente que no tiene corazón.

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