Diario de León

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Por el nombre populoso, pueden inducir a engaño, y hacer creer que, más que a una planta, se está a punto de echarse en cara a cualquiera de esos políticos que le han privado a León de ser, de estar, de sentirse. De los que se embolsan setenta millones de pesetas, Torrente, en cuatro años, y luego tienen el cuajo de hablar de austeridad en los Plenos.

Y, sin embargo, representan uno de los acontecimientos más fascinantes de cuantos ofrece la naturaleza, gratis; qué pena esa niebla que privó al helicóptero de la vuelta ciclista mostrar una imagen cenital del entorno del macizo de Peña Ubiña, y recrear en planos detallistas el tesoro que pervive en esta parte del cordal. Allí también están. Que brotan igual a dos mil metros que en los rellanos del erial, donde la herencia de agosto hace imposible creer que haya una mínima posibilidad de vida. Por eso es sensacional, en medio de esta sequía, la alfombra púrpura que rompe con la línea parduzca del albío. Su definición se asocia a la floración en esta época que mutila las tardes, hasta acortarlas lo suficiente como para que se pueda prescindir del tentempié estival que hacía posible llegar a la puesta de sol sin que las fuerzas flaquearan.

No hay nada mejor que ese manto púrpura y rosáceo para avanzar que, otra vez, el cuerpo a tierra será inevitable. Flores que son estrellas de seis puntas que hacen del suelo un reflejo del cielo, con su pinta de tundra abrasada por el sol y todo. Ahí la paradoja que descubre su belleza, más recatada, menos soberbia, sin la altanería que acompaña a los narcisos amarillos de mayo, ni las ínfulas que hacen suponer especies superiores a las margaritas.

Las quitameriendas no dejan de ser un bulbo con memoria a prueba de despistes, abogados de oficio en la causa sumarísima al verano. Cumplen con ese ingrato papel de hacer ver este fin de ciclo, tan bien interpretado aún cuando no había otro reloj que el sol, otro calendario que el ciclo de los cultivos.

En la cita con los pastos agostados, aventan la caída de temperatura de esas mañanas que ponen en marcha el tren de las golondrinas, para explotar de inmediato en medio de la despensa que ha hecho acopio de todo el calor veraniego. Por alto contenido en alcaloides, reducen su utilidad a una función decorativa y explican la fama de mata borregos que tienen en algunas zonas, donde el instinto se confunde con el hambre. Y no sólo en el caso de los rumiantes.

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