Diario de León

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Como en la vida, las peores carreteras de León son las que llevan a los mejores lugares. Incluidas las que señalizan las cunetas con balizas de espantajos que impiden los gatos aliviarse en la hortelana. En materia de comunicaciones, hay tramos que se afrontaban mejor a caballo. Es así. Ve antes un buitre la estela del rabo de las pegas que un mensaje cubra el trecho de los datos entre dos móviles distantes en medio centenar de kilómetros entre sí; aunque el buitre esté encaramado a los torreones de Valdecastillo, o Remellán, (qué nombres, qué lugares) y la pega dance a saltitos sobre la panza ardiente de un gran herbívoro al que le llegó la hora vega abajo, entre los sotos que escoltan las riberas sin embalse de cabecera a las que chupa la sangre el branu, que ya hemos convenido que es lobo invernal con la piel de cordero del estío. No hay cinco gé que valga, ni despliegue de fibra inflada a megas y gigas con cargo a la soflama de los Next Generation (esa es la marca de la manteca que untará los programas de las próximas convocatorias electorales en León) que pueda competir con la clave de interacción que ha mantenido el entorno que nos tiene que salvar de los desengaños del mundo moderno, que nos prometen a diario, y que no acaba de llegar. Lo mismo, si la buitrera se localiza un poco más al norte, en pleno Mampodre, el macizo de las manos pudres, las manos cortadas a los astures que se resistieron al yugo de Roma, ejemplo del estoicismo que labró el destino de los leoneses para alcanzar el siglo XXI abrazados a la identidad que ahora pretende llevarse de un plumazo la subvención de las fundaciones de la meseta, y el muladar raye el meandro del Porma antes de encamarse con el Esla, o el Bernesga se dé preso en Villarroañe, en ese jolgorio fluvial que en época de lluvias lleva a pensar que es el Po el río que pasa por Palanquinos. Con lo que tarda una postal en llegar de Toldanos a Villavente, con ida y vuelta según el protocolo de Correos, está la cosa como para prescindir del abanico de la pega que alerta a la aviación de necrófagas. En las tierras altas de Litang, lo peor que le puede suceder a un muerto es que los buitres no se lo coman. En León, lo terrible para el cadáver es que las pegas no puedan dar el aviso a los buitres.

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