Diario de León

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Cierra el telón 2021 con un portazo en los morros económicos de la ciudadanía que practica el vicio de consumir, aunque sólo sea para sobrevivir. En esta tierra de lamentaciones por lo que nunca arranca, la carestía de la vida campa sin complejos: sólo en Toledo subieron los precios más que en León el año pasado. Un 8% de media se incrementó el coste, que no los ingresos; mucho más recortados para los más afortunados, y anclados en una pérdida de poder adquisitivo ya diríase que endémica para la mayoría. Estupendo.

Intentando hacerse un hueco entre lo mucho que pasa y lo que suena más, los gurús hacen la cuenta de la vieja: si la subida del coste de la vida se traslada a los salarios, los gastos de las empresas se multiplican y han de repercutirse a sus productos, lo que a su vez encarece el coste de la cesta de la compra, y aprieta a las empresas, luego todo se dispara exponencialmente y nos viene un sindiós. Cachis.

Estábamos hace poco debatiendo sobre los riesgos de la deflación (y los intereses negativos, que hacen que el inmenso ahorro embalsado en la reserva de la biosfera de la paralizada inversión leonesa se vaya yendo por el desagüe); y ahora andamos enredados en que los precios suben con entusiasmo, pero el permanente ejercicio de responsabilidad que se le pide a una gran parte de la población cada vez más empobrecida se traduzca en servil aceptación de moderación salarial. Vamos, cero patatero en los ingresos para afrontar la subida estratosférica que va desde la caña al kiwi, de la vivienda a los viajes. De la energía ya ni hablar.

Mientras los costes avanzan en la centrífuga ecuación del crecimiento sin control, el grueso de las economías domésticas se enrosca en lo centrípeto de sus posibilidades de gasto. El movimiento exprime siempre a los mismos paganos.

No hacen falta analistas de macrodatos ni titiriteros de alquimias domésticas para hacernos las cuentas a los que, al fin y a su pesar, pasamos la tarjeta con la que enredan sus pronósticos. Porque el consumo y la economía no son sólo cuestión de números. Todo, absolutamente todo, depende de un estado de ánimo. Y ese es el factor que ni las estadísticas, ni las empresas pagadoras, ni los negocios que pretenden resucitar a lomos de una clientela que suponen estúpida y sin capacidad de decisión o influencia, tienen en cuenta. Ojo. Mal vamos.

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