Diario de León

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Ni un solo consenso en toda la democracia y un Congreso pateando los escaños es el lamentable balance de lo (no) logrado en las últimas décadas en un país que arrastra la educación como su principal asignatura pendiente. Ocho leyes cercenadas por sus extremas aristas ideológicas y boicoteadas por una segmentación autonómica incomprensible en asuntos fundamentales como este; que nacen sólo para ser pisoteadas por normas de venideros gobiernos de otro signo. Una sucesión de despropósitos que es clara evidencia del fracaso de un proyecto de país. Y que, a estas alturas del ensordecedor vociferio del panorama público, tiene a la ciudadanía de bien hasta la peineta. Excepto a los grupúsculos que de casi toda situación hacen causa de frente para nada común, pero ruidoso; y que tienen en estos episodios el microclima favorable para reverdecer, reproducirse y florecer fugazmente, a la espera de un nuevo encontronazo en el que enraizar para dejar oír sus razones. Cuando no patrañas tan ideológicas y sordas como aquellas a las que atacan. Ahí está esa legión de parvulitos manifestándose en los patios de los colegios con entusiasmo de recreo. Aprendiendo a ir a la contra, da igual de qué.

Lo triste es que, de la sucesión de leyes que tienen mucho más en común que lo impronunciable de sus siglas, ninguna aborda en profundidad lo que la educación debe ser, más allá de lo que al populismo de cada gobierno interesa. Los despropósitos educativos permiten a oposiciones y opinadores enzarzarse en las disquisiciones de un maquillaje ideológico que, como toda careta, tiene sobre todo carga de teatro. Un parloteo que alza la voz sin voluntad de escuchar las otras.

Y esa es la realidad que acampa entre nosotros, y que se acentúa. No buscamos escuchar ni aprender. No queremos pensar. Sólo aceptamos oír aquello que ratifica y santifica nuestros prejuicios y el terreno en el que nos sentimos confortables, sin dar cabida a más razones.

Esa es la lección que estamos dando a los futuros ciudadanos, esos cuyas libertades y derechos decimos defender. Una herencia y una educación de intolerancia e irracionalidad. De exaltación y egoísmo ideológico, de estulticia y pobreza intelectual sin límites. Con esta ley, las precedentes o las futuras, un ejemplo práctico de lo que no debe de ser. Triste y empobrecedor.

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