Diario de León

Creado:

Actualizado:

Lo confieso. Soy esa persona que llevan semanas buscando los contadores de clicks digitales, que es lo que cuenta ahora. Y a la que señalan con el dedo charlatanes de tertulias de todo pelo. Me gustan las frutas escarchadas del roscón de Reyes, y paso de los rellenos natosos y trufosos, que no de las figuritas de la suerte. Llámenme rarita, pero como dice un amigo mío los gustos son como los traseros, cada uno tiene el suyo. Y el mío lo cultivó el roscón que cada día de Reyes enviaba mi muy querida tía abuela Lala. Con sus peinetas de colores, faltaría más.

Y no, no sé qué es lo de color verde lorito, aunque he leído algunas teorías. Me da igual. Lo que me parece raro de verdad es que la atención se centre en tales frivolidades, y pase de puntillas por realidades mucho más escalofriantes que el pinchazo de la cosa azucarada en una caries.

La Navidad ha transcurrido felizmente para la mayoría, León ha sido un hervidero de calles luminosas y muchedumbres en comercios y hostelería. Ha habido que aplicarse en explicar a los que sólo regresan a casa por estas fechas que el día a día en la ciudad es el resto del año menos lustroso en términos de consumo. Les ha costado creerlo, viendo la entrega del personal.

Bien están todo tipo de celebraciones y desenfados, bien el consumo en los negocios locales. Mejor estaría alejarse un poco de los destellos para ajustar el foco sobre otras realidades, que no tienen por qué eclipsar el buen rollo, pero no pueden ser ignoradas por más tiempo. Ayer mismo escuchaba un testimonio del Teléfono de la Esperanza que no puedo calificar. Una mujer mayor (¿?) les llamó para compartir la felicidad de que le había tocado la Lotería de Navidad. Afortunada. No tenía nadie a quién contárselo. ¡Existen tantas lagunas en una sociedad de polos cada vez más contrapuestos!

En casa hace tiempo que decidimos celebrar y regalar en un exceso que sigue siendo inevitable, pero intenta negarse a caer en lo obsceno. En eso sentíamos que se estaba transformando algo que en realidad sólo apreciamos porque nos hace juntarnos y achucharnos una vez más.

El mejor regalo, el único en el que nunca hay exceso, es el que se vuelca en los que necesitan ayuda. Del tipo que sea, ahí están sensibilidades y gestores para todos los gustos. La solidaridad es el único despiporre que nunca resulta grosero. Vamos.

tracking