Diario de León

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Pocas cosas me fascinan más, desde niña, que las pompas de jabón. Los magos que juegan con grandes siluetas iridiscentes en la calle Ancha me embrujan. Los niños que palmotean sus soplados logros entre risas me provocan envidia. Pero ahí acaba el juego. Las pompas de jabón me deslumbran con el mismo entusiasmo con el que me cabrean los vacíos envueltos en colorines de la cascada de proyectos que caen por aquí y se deslizan suaves en el ambiente provocando sonrisas, para explotar al final y mostrar su legado. Nada.

Ojalá no sea esa la realidad que deja el Icamcyl, esa rumbosa fundación cuya puesta de largo escenificaron hace cuatro años empresas punteras de la provincia, con el compromiso de volcar sus innovaciones en un futuro para las cuencas abandonadas tras el fin de la minería del carbón. Se firmó una estrategia promovida por lo privado y respaldada por lo público que se traducía en dos centros de innovación industrial en nuevos materiales y recuperación de escombreras del carbón en La Robla y El Bierzo, además de todo un entramado de exitosos currículums de captación de fondos europeos para la causa.

La pompa de jabón explotó en realidad hace tiempo, pero se ve que los intereses públicos y privados vagaban ya por otros derroteros. No habrá centros de investigación ni nada queda palpable de momento. Está por ver a qué dedica sus altruistas (y egoístas, los logros innovadores respondían a ambiciones de desarrollo de las empresas) expectativas quienes organizaron un entramado que modificó hace un año sus estatutos para convertirse en una entidad que «procura innovación». Es decir, que gestiona los fondos europeos que en este momento fluyen millonarios para conceptos futuribles, con destino sólo en quienes hagan méritos o las gestiones suficientes para conseguirlos.

Y ahí parece que el León que acoge también al Clúster para la Minería Sostenible patina en indolencia empresarial e institucional. Al final el resultado es un cruce de acusaciones porque las empresas pretenden que sean sólo fondos públicos los que financien sus proyectos, y se esconden tras la quejumbrosa resignación (¿vagancia, desidia, pereza, apatía?) que adorna al establishment leonés para justificar un descalabro que exige explicaciones. El silencio y la técnica del avestruz no son en este caso una opción. Empresas e instituciones tienen que rendir cuentas. Ni León ni las cuencas merecen esta haraganería.

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