Diario de León

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Siempre decía papá, con ese gracejo suyo que vete tú a saber de dónde diantre le vendría siendo oriundo de la muy noble y puñetera ribera del Torío, que somos una familia enormemente rica. Cuando las bocas de los vástagos (vástagas, para ser exactas) amenazaban con abrirse para dejar atrás la fama del padre Javier en la cosa de pedir, matizaba: «Ricos, muy ricos en ricura. De lo del dinero ya hablaremos».

Para rica en ricura y poco más se está quedando toda una generación, o dos o tres, de jóvenes atrapados en el tornado de la crisis y la postcrisis, amenazados por la ralentización antes de que la espídica recuperación les dejara el más leve respiro. Mecagüen tal. Ahí están los que empiezan a cotizar a la edad en la que hace no tanto otros comenzaban a hacer planes de prejubilación, con sueldos que las meteóricas subidas impuestas del SMI dejan en orgullosos mileuristas (lo que antes era ganar una mierda ahora es un logro social para los trabajadores y una jodienda para los autónomos), y perspectivas de que no se fíe de ti ni tu abuela. Mucho menos un banco.

Resultado: un perverso trasvase de rentas. No lo digo yo, lo dice el Banco de España. Suscribo. Ante la precariedad y el empobrecimiento de los condenados a ser trabajadores sospechosos de dejar de serlo en cualquier momento, o en el mejor de los casos no ganar lo suficiente para ser fiable financieramente, las entidades no fían. Sí lo hacen con quienes, ya más envejecidos y solventes, siguen generando confianza. Qué decir de quienes acumulan pingües ahorros y siguen fiándose más del ladrillo que de los mercados de esos sustos que válgame Dios.

Con estos mimbres los jóvenes dedican sus exiguas ganancias a pagar alquileres porque no pueden comprar. Se los pagan a quienes ya tienen sus ahorritos, que muy legítimamente ven en el mercado del alquiler que tanto pregonan las administraciones un ahorro mucho menos volátil que las asustadizas bolsas. Teniendo en cuenta que la mayor parte de la riqueza que acumulamos se concentra en el pisito, el resultado es que los jóvenes no sólo tienen cada vez menos, sino que dedican buena parte de sus pocas ganancias a engrosar en modo alquiler las rentas de los que sí tienen propiedad. Un trasvase de los que tienen menos a los que tienen más que, a este ritmo, sólo tiende a acrecentarse.

La cuenta de la vieja sale. La de la justicia social y generacional no. Suspenso.

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