Diario de León

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Cuando en el siglo X se llenó esto de mozárabes venidos en tropel del sur donde después de dos siglos de coexistencia la musulmanía les hostigaba, repoblaron imponiendo aquí sus gustos y ritos durante trescientos años hasta que en el XIII vinieron de Francia monjes negros dictando sus liturgias gregorianas de las que ya no se salió hasta hoy. Para el mozárabe la mujer en la iglesia era un aparte y la colocó al fondo o a un lado, siempre tras celosía o tabique de colgaduras para evitar las miradas libidinosas o cualquier roce. Aquella mozarabía cristiana respiraba en oriental imitando lo judío que aparta a la mujer en la sinagoga. La mujer, atrás, decía el cristiano morabito. Y delante, el hombre mandaba y cantaba. A Dios se le rezaba con timbre masculino, cosa tan de la iglesia ortodoxa también, la griega y la rusa.

Pero pasando el tiempo, la mujer que iba siempre detrás iría subiendo poco a poco hacia adelante (o ya sin celosías, al lado, como aún se ve aún en alguna iglesia de pueblo) hasta llegar a dominar el frente. Y más cerca del oficiante o del púlpito, ya fue la mujer quien más cantaba, si no la única -alguna con voz de corneja, todo hay que decirlo-, mientras que el hombre, más morugo ahora, lo haría sólo para su solapa o, sencillamente, enmudecía o como mucho mascullaba. Y tras diez siglos, la mujer pasó del penumbroso fondo mozárabe al mismo pie del presbiterio, restándole hoy tan sólo subirse a él y tocar el altar donde luce el foco, el cirio y el misterio. En ello está. Y de qué modo. Los tiempos la empujan hacia ahí con mucho imperio y con un runrún que ya nadie logra enmudecer, así que al oráculo de Pedrún nos fuimos para escudriñar futuros. El profetilla echó sus piedras agoreras sobre el tapete y no tardó nada en leerlas: Roma aún tardará un siglo en ordenar sacerdotisas, limitándolas entre tanto al diaconado litúrgico, pero la iglesia alemana será la primera entre otras más en hacerlo, y antes de diez años se segregará, aunque seguirá diciéndose católica. Se anuncian graves fracturas y, aun así, Roma no cederá.  Habemus cisma , concluyó.

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