Diario de León

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E ste otoño habrá hogueras para los papeles con Corona emérita en el membrete y los que vengan con lanzada desde una Fiscalía incapaz ya de cerrar el portón de la Audiencia ante la avalancha de evidencias que comprometen a don Juan Carlos Primero y a su Primo Después, mientras en corros y medios se hará fritanga popular con el cariño que un día se le tuvo aquí al cachondo monarca y el respeto fané que alguno le tiene aún.

Quién lo diría: la propia Casa Real se nos convierte de la noche del fervor a la mañana del estupor en la fábrica de republicanos que jamás habrían soñado Monedero y Echenique ni en una noche loca de grifa y de Bastillas. Las pesquisas suizas y bancarias desvelan el empleo básico que le permitía al emérito llevar el jornal a casa, esto es: el de intermediador a comisión bajo el lema «más vale onza de trato que arroba de trabajo». Y con todo dígase «presunto» hasta que hablen las togas en el estrado o el capellán en el cadalso. ¿Pasará, pues, este rey a la historia como Juan Carlos I el Comisionista, dado que el título de el Conquistador se extinguió con Jaime I?, aunque conquistando plazas en bragas no lo hubo más pertinaz y exitoso en sus campañas.

Nuestra tertulia coincide en que el Abu Dabi de Juan Carlos será tan largo como el Estoril de su padre esperando a que Franco bajara el dedo, o sea, exilio sine die, aunque lo suyo es exilio fiscal, el más pirulero, el de «las penas con pan» (aquí hogazón). Y ya nunca podrá volver a España, creen todos. Por su índole y tamaño, esos delitos dicen que le cabría al emérito hasta la prisión que algunos exministros ya conocen; ¿por qué iba a librarse él?... ¿y le mandaría el juez a Soto del Real con los comunes o habrá que hacerle una celda particular en palacio sin llegar necesariamente a mazmorra?... No volverá y la vergüenza le irá llevando a la tumba, piensa Peláez, mientras lo único que Sócrates lamenta es que la otra gran Intermediación Corrupta sin corona seguirá reinando en España; viene de antiguo. Ella es nuestra reina madre. Y así, después, «Del rey abajo, ninguno».

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