Diferentes
No tranquiliza nada oír «porque somos diferentes» -expresión que baila la conga de Jalisco en la boca del político huero- cuando se persigue o materializa una disolución de sociedad, de arrejuntamiento, una secesión o el clásico ahí te pudras. Dígase que es desigual el cómo entiende cada cual un negocio, desigual el objetivo perseguido o desigual el método a seguir, pero jamás ese «diferente», pues por más que nos pintemos o echemos encima ropones históricos y oropeles, todos somos iguales en un 99%, idénticos, se diría, y solo una pizca de gustos, costumbres o rarezas locales nos distinguen de cerca y malamente de lejos, «diferencias» que desaparecen justo al desnudarnos ante un espejo al que llamamos futuro.
Insiste el alcalde M’apunto (así lo bautizó Peláez por su m’apunto a la moción de la emoción) en que León es diferente de Castilla, pero totalmente diferente, subraya. Bien, solo que ahora habrá que averiguar a qué se llama León o qué es León exactamente... ¿es una tierra a secas?... ¿es un pasado mojado?... ¿o es la gente que vive en ella trabajándola o abandonándola?... pues dígase que León es eso, básicamente gente, la que vive esto, los paisanos y las paisanas y, por tales, nada distintos a los de Murcia, Budapest, Lugo o Segovia... Ojito con quien predica lo diferente porque eso acaba siempre en razas y superioridades.
Si el hombre apenas se distingue del chimpancé en un 2% de estructura biológica, ¿dónde quieren algunos ver la diferencia entre un blanco y un negro, un finlandés y un uruguayo, un catalán y un leonés?, ponga usted que leonés de Saludes de Castroponce, por ejemplo, si quiere lucir toponimia, reino secular o los mitos y motos que hoy se vuelven a vender envueltos en papel de colorines de vidriera o pergamino de pega (y corta) certificando cuna noble o supremacía histórica.
Porque ¿de qué se trata al fin, de exagerar las diferencias o cultivar las igualdades?... ¿de qué va esto, señores, de justicia o de privilegios?... (qué inútil y trabajosa es la identidad y la diferencia).