Diario de León

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Se van despoblando también las cumbres de gente de honra y respeto y eso sí que es grave, lo peor; por ahí se cuelan las soledades. Rindió el aliento Miguel Cordero del Campillo en edad ya bien rendida, 95, y la hoja de servicios que entrega se antoja irrepetible para los que vienen detrás, porque tuvo don Miguel luces y tiempo para ser muchas cosas -y con alta nota- en lo suyo y lo común, en aulas y en tribunas, en tertulia aguda y en papel de barba, en concejo o rectorado. Su rectitud le venía, seguro, de ser hijo de guardia civil e instruido en la honestidad para despejar sospechas al ser también hijo de los tres mandamientos del derecho romano:  honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere , vivir honestamente, no dañar al otro y dar a cada uno lo suyo. Ávido perseguidor del conocimiento más allá de librotes y microscopios, buceaba en la historia, la filosofía, otros saberes... y era, sobre todo, un oficial mayor de la ciencia veterinaria en Europa y maestro aquí de mil albéitares en una tierra que prosperó a base de mulos, burras y bueyes, y otrosí de vacas y borregas, intensidad animal que pudo verse un día desde su  Peñamián  natal a los páramos irredentos, de los bierzos a lo terracampino, llenos de rincones que conmovían su leonesidad, esa forma de ser leonés que exige un compromiso cierto con tanta singularidad, historia, cultura y naturaleza como cabe en cuatro letras: León (compartí con él un carnet nº 0, alto honor que nos concedió el primer leonesismo de los 70, aunque al poco se arrepintieron y los quemaron como si nos decapitaran en efigie).

Si he de resumir la inabarcable biografía del académico, hombre público o profesor (págale, Zapatero, mucho te enseñó en su tertulia dominical del  Venecia , allí Cordero con Pedro Cármenes o el  camarada Suslov ), elijo aquella defensa de gran gala intelectual que hizo para sacar la palabra Dios de la Constitución (y lo hacía como creyente, ni réplica hubo)... y elijo su detalle obsesivo de ahorro público al ir apagando toda luz innecesaria en su falcultad.

Honeste vivere, amigo.

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