Diario de León

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M ás y más cada día; la gente que vive sola no deja de sumar; sesentamil se cuentan ya en esta provincia tan aviejada y  consomidina  de suyo. Y suenan alarmas en un tiempo que devora todo lo que no cree útil o rentable. Así hay quien se muere en silencio o distancia y pasan semanas sin que nadie se dé cuenta hasta que un vecino en el descansillo huele peste reptando bajo una puerta muda. Estas noticias ya ni impactan ni nos amargan la sopa, pero si suenan en el campanario de la estadística, sirven para echar una ojeada piadosa a un problema que viene cargado de profecía temible... y llaman a expertos que lo expliquen... se eleva al cielo oscuro un lamento por la descomposición social y familiar citando tiempos en que los abuelos vivían con la familia y morían en casa... y hechas estas abluciones en la palangana de la compasión, cagando tariles pasamos página hasta la próxima estadística, que sin duda confimará que la soledad crece y crece; incluso se hace industria subvencionable, negocio público y privado bajo la vieja regla del «tuya, mía, tuya, mía, cabecina y gol», los gobiernos proveerán. Recuérdese que el Reino Unido creó hace tres años un Ministerio de la Soledad; y hace dos meses, Japón lo mismo, porque allí el 14% de los que mueren no comparten vivienda con nadie y suelen encontrarles entre uno y tres meses después... y porque lo tienen ya estudiado y crudo, saben que dentro de solo veinte años, el 40% de los japoneses vivirá en casas o pisos unifamiliares. Y como lo uno lleva a lo otro, el índice de suicidios no deja de crecer allí donde se inventó el harakiri y el matarse puede tenerse por algo muy noble. Vaya futuro.

La soledad está maldita, lleva una carga insoportable de fracaso. ¿Quién la desearía? Pues más de los que se cree: soledad eligió la gente grande o santa, de ciencia, artistas, buscadores del pensamiento superior... y entonces la soledad se hace bendita, anhelada... incluso por ese vecino tuyo que resiste en sus solitarias rutinas y rehuye residencias porque no dejan de serle un almacén de soledades... y de frutos secos.

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