Diario de León

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A Francisco Laína García le llamaban en León Paco Laína sus camaradas de noche en cabaret y Fino Laína la coña popular que le estrenaron dos periodistas, aunque fino muy fino tampoco lo fue viendo los rastros que dejó el tremendismo político que se gastaba. Chulo lo fue rato largo. Y es que tras el mandato pachón y cenón de Ameijide sin mayor noticia o sobresalto, Laína llegó a León con ganas desatadas de hacer de gobernador y, sobre todo, parecerlo, montando incluso su particular consejo ministril con los delegados provinciales obligados a dación mensual de cuentas ante el pretor; y si alguno tacañeaba el entusiasmo, como el de Trabajo, le mandaba a la secreta seguirle y pesquisarle dejándose ver para acojonarle más. El papel de policía inhertente al gobernador lo lució insolente y no fue un detalle aislado la vez que mandó detener un Jueves Santo a lo más granado de la burguesía leonesa que andaba en burles y chapas en la trastera del bar Cantábrico; hizo que aquello pareciera un insulto fundiéndose el misterio y la razón. Y aquella chulería entrometida jamás se le perdonó; y tampoco su torpísima gestión de la contestación popular a la central nuclear que pretendió instalarse en Valencia de Don Juan; el franquismo capitulaba muy nervioso y muy pegón viendo que hasta cuarenta de sus alcaldes en la ribera del Esla se le subían al bigotillo (la entrada a ese circo me costó expediente policial, retirada de pasaporte, permiso de armas y amenaza de destierro que sólo era la baladronada de un impotente al respaldarme en todo mi director, Luis Ángel de la Viuda: « Tú serás gobernador de una provincia, pero yo soy el director del diario Pueblo », le replicó tajante a una llamada conminatoria). Cesado y destinado a Tenerife, el alcalde Ordás propuso otorgar a Laína la medalla de oro de esta ciudad, pero lo impensable en aquella verticalidad franquista sucedió: los concejales votaron que no. Normal el irse de aquí maldiciéndonos sin volver a vérsele jamás por León. Y lo dicho: fino muy fino no era, no. Ni este obituario podría salir pizca piadoso.

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