Diario de León

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Ayer nos cumplió noventa añitos el último sueño republicano de España, 1931 lo arrulló en su cuna. Duró de pie ese sueño cinco años y otros tres más cuerpo a tierra bajo una encarnizada balacera cainita... y de este modo quedó enterrado sine die bajo bota militar cuarenta años y, después, hasta hoy, bajo el peso y fulgor de una corona que las dos Españas se dedicaron a rebrillar con más resignación que entusiasmo con tal de no partirse la cara de nuevo, como diciéndose «es el destino, pecharemos». Aunque lo de las dos Españas hay que entenderlo de una vez desde otro ángulo que el fijado muy interesadamente por unos y otros (esa España negra o azul, esa España roja o amoratada), pues solo hay dos Españas como solo hay dos tipos de gente: la España que quiere dinero y la España que no sabe lo que quiere. En la primera caben casi todos sin que se les ocurra discutir esa patria. Y en la segunda, despobladita, los pocos soñadores que van quedando sin que les sea difícil demostrarnos que el dinero solo crea división, clases, dictadura metálica y ladroneo, cuando la verdadera vida y la prosperidad como senda a la libertad solo puede asentarse en tres patas:  el conocimiento, el trabajo y el amor , al que los cursis llaman empatía.

Sobrando en la Historia más monarquía despótica que ilustrada y hoy más realeza teatral de cuché que de respeto, Sócrates propone su República del Saber donde la gente no deje nunca de conocer el mundo y a los otros, donde se trabaje para mejorar la herencia recibida y que haya pan para todos... y donde se ame a la vida para hacerla más guapa y que todos quepan en ella, confesando el profesor viejas simpatías por los comunitarismos antiguos, por la Ciudad Ideal de los utópicos o la armonía rouseauniana con la naturaleza donde el compartir desnuda al acaparar. Esa república. Y por aprovechar la evocación republicana del 14 de abril para su República del Saber, ayer le puso una vela a la Virgen de los Sueños, otra a Pacha Mama, un cirio a la patrona de las causas perdidas y, ya puestos, otro más a santa Maribel, la alegría del barrio.

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