Diario de León

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Como quien no se consuela es porque no quiere, el Partido Popular se declara satisfecho de haber ganado las elecciones en Castilla y León, lo cual es rigurosamente cierto, ya que ha sido la fuerza más votada y la que ahora dispone de más escaños (31) en una Cámara integrada por 81 procuradores. El problema es que no era ese el objetivo que se marcó Alfonso Fernández Mañueco cuando dinamitó por sorpresa el pacto con los socios de gobierno que le habían aupado a la presidencia de la Junta y convocó elecciones anticipadas. Amortizado electoralmente Ciudadanos, daba por descontado que el PP engulliría a la mayor parte de sus votantes, lo que le permitiría un resultado cercano a la mayoría absoluta. En palabras del propio Mañueco, «una mayoría suficiente para gobernar en solitario».

Las espurias razones aducidas para justificar una convocatoria absolutamente intempestiva hicieron sospechar que la misma obedecía a motivos puramente partidistas compartidos con Pablo Casado, obsesionado con apuntarse una nueva victoria electoral en su precipitada carrera hacia La Moncloa. Mañueco y Casado se lanzaron a la aventura confiados en obtener un triunfo similar al de Isabel Díaz Ayuso en la comunidad madrileña. Y el tiro les ha salido por la mismísima culata.

El esperado descalabro de Ciudadanos, al que han abandonado más de 150.000 votantes, no ha reportado el menor crecimiento al PP, que incluso ha empeorado en porcentaje y número de votos su pésimo resultado de 2.019. Para pasmo del improvisado tándem Mañueco-Casado, el festín se lo ha pegado en exclusiva Vox, verdadero ganador de unas elecciones que han puesto en sus manos la gobernabilidad de Castilla y León.

Por razones puramente estratégicas, Casado quiere evitar un pacto de gobierno que franquee la entrada de la ultraderecha en la Junta. Mañueco tratará de evitarlo intentando ganarse a las minorías «localistas» (la crecida UPL, la exitosa Soria ¡ya! y Por Ávila) que él mismo ha denigrado en campaña, pero para ser investido necesita aritméticamente como mínimo la abstención de Vox.

Y a falta de 10 escaños para la mayoría absoluta, salvo que el denostado «sanchismo» salga a su rescate, Mañueco no podrá gobernar de forma estable sin la anuencia de la ultraderecha, que, dentro o fuera de la Junta, marcará la pauta en una comunidad autónoma víctima una vez más de la fatídica ley de Murphy.

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