Diario de León

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Ni siquiera con ocasión del aniversario de la Constitución, convertida como nunca en arma arrojadiza, se ha dado tregua la contienda que libran el gobierno Sánchez y sus aliados con la derecha tricefálica otrora monolítica en la plaza de Colón.

Muy reciente está la polvareda levantada no tanto por el contenido de los Presupuestos del Estado como por las supuestas concesiones realizadas por la coalicióm gobernante a cambio del voto de las fuerzas allegadas, que por cierto son muchas y muy heterogéneas. (Ya me dirán qué tienen que ver el regionalismo cántabro de Revilla o la bandería provincial de Teruel existe con el nacionalismo del PNV, no digamos con el abertzalismo de Bildu o el independentismo de ERC).

Obviamente lo que excita no son los peajes en forma de inversiones u otras ventajas económicas, moneda de cambio bastante anterior al euro, sino contrapartidas de otra naturaleza más difíciles de digerir incluso por el electorado progresista. Lo del acercamiento de los presos de ETA es también más viejo que la tos, y resulta ahora bastante más asequible que cuando la banda estaba plenamente activa.

Cuestión diferente es la de los indultos a los condenados del ‘procés’, cuyo tercer grado acaba de revocar el Tribunal Supremo. Siendo cierto que la figura del indulto se atiene a un procedimiento reglado y amparado en la Constitución, chirría lo suyo que puedan beneficiarse quienes advierten que lo volverían a hacer. Y si el asunto no fuera por sí mismo suficientemente delicado, la proximidad de las elecciones catalanas lo convierte en materia de alto voltaje. Tan indigestos ingredientes condimentan el caldo de cultivo que ha propiciado el manifiesto de los militares retirados que tanto revuelo está causando, cuyo contenido coincide con la posición de Vox, que, pese a su extremismo, no es ningún partido marginal.

Con semejante ruido de fondo, lo insólito es que desde el seno del propio Gobierno de España se magnifique el papel de la izquierda abertzale y del independentismo catalán, inflamando con ello el clima político. Me refiero, claro está, al protagonismo que el vicepresidente líder de Podemos, Pablo Iglesias, se ha empeñado en otorgar a Bildu y ERC. Una cosa es que, al apoyar los Presupuestos, ambos contribuyan de facto a la gobernabilidad, y otra muy distinta que hayan pasado a compartir las tareas de gobierno, más allá, que formen parte activa de la dirección de Estado, confusa y vacua expresión ésta que está dando alas tanto a la oposición democrática como a sectores ultras no precisamente devotos de la Constitución del 78. ¿A qué demonios juega Iglesias?

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