Diario de León
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La veleta | Félix Madero

En la memoria y en nuestros libros de Historia están el año 1808, el dos de mayo, los cuadros de Goya, y ese gesto tancia no quiso mirar más allá de los Pirineos y ETA mataba un día y otro día. En la memoria está escrito el trato que Francia dispensó a los republicanos españoles que huían espantados de la violencia franquista. Tantos y tantos momentos que nos separaron estando tan cerca. Pero el martes, ay el martes, hubo un instante de auténtica remisión y de verdadera piedad. Qué tiene el dolor que une tanto. Qué la violencia que hace que espante por igual a personas que hablan distinta lengua.

Zapatero asegura que ha sentido el asesinato del policía francés como si hubiera sido de Ávila, Cáceres o Zamora. De ahí suelen ser. Y yo le creo. Le creo porque ese mismo sentimiento me animaba a mí cuando llegó a mis manos la noticia. Se llamaba Jean-Serge Nérin, tenía poco más de 50 años y cuatro hijos y se disponía a jubilarse después de 30 de servicio. ETA no mata con una estrategia, cosa que exige cierta inteligencia. Asesina porque está en su condición. Son delincuentes al servicio de un sueño que el que ha terminado con la vida de Jean-Serge no sabría explicar en medio folio.

Después de años de siniestra historia un pistolero etarra termina con un agente francés. Ahora no hay dudas del compromiso de la Francia de Sarkozy. Es verdad que ha habido momentos, el llamado proceso de paz es uno de ellos, en que algunos apreciamos más voluntad en París que en Madrid. Sólo espero que hayamos aprendido la lección . Sólo deseo la detención de la cuadrilla de terroristas que atentó en Dammarie-lès-Lys. Mientras tanto, demos al agente Nérin el respeto y la consideración que damos a uno de los nuestros, porque él es uno de los nuestros. Su muerte no hace más que ayudarnos. Sólo nos da argumentos y razones para sobrellevar un drama que apunta a su final. En este sentido el policía francés es un español, y así deberíamos recordarlo.

En una comisaría de París interrogan al único detenido tras el asesinato. Se llama Joseba Fernández. El terrorista Fernández tendrá tiempo suficiente para adivinar su futuro en la cárcel, pero no tendrá que esforzarse mucho. Si le queda algo de hombre recordará cada mañana al policía asesinado. Puede que entonces alguien le lea el poema de Luis Alberto de Cuenca, «Carta de un sioux a un masoquista»: ¿Qué esperas de la muerte, cara pálida? Habrá días, semanas, meses y años para hacerse esta pregunta. No es un gesto de piedad, pero deseo que encuentre la respuesta. No sabe el tal Fernández cuánto.

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