Diario de León
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Fuego amigo | ernesto escapa

Uno de los acuerdos del debate sobre el Estado de la Comunidad demanda al Gobierno de España la devolución a San Isidoro de piezas notables de nuestro patrimonio artístico trasladadas en su momento a museos nacionales.

También se reclama seriedad en el cumplimiento de los compromisos afectados por el virus de la crisis, pero nadie mencionó la extensión del Museo del Prado en Ávila, que arrastra un retraso de doce años. El acuerdo lo firmaron la ministra Aguirre y el presidente Juan José Lucas en el año 1998, así que ya ha llovido. Para ello contaban con una sede palaciega, donada quince años antes. ¿Quién dijo prisa?

El palacio de los Águila fue en la posguerra un enclave de conjuras dinásticas imantado por la belleza desenvuelta de la duquesa de Valencia, quien en su crepúsculo legó al Estado el caserón renacentista con sus colecciones de arte. La duquesa Luisa Narváez, descendiente del Espadón de Loja, fue sin duda la dama con más regocijo desollada por aquella sociedad provinciana y un punto cateta.

Su leyenda juvenil la sitúa en la guerra como ayudante de campo del general Kindelán, que acabó chiflado por ella. Luego fue anfitriona descarada del nazi León Degrelle; ruidosa juanista de Estoril, que pasó varias veces por prisión; rica amazona de yates, palacios y cuadras de caballos; bebedora, hermosa y hedonista. Por un tiempo, se casó con el padre del ex ministro Iñigo Cavero. Luego dijo hasta luego. Sus costumbres rasgaban los velos de la mojigatería abulense. Porque el palacio de los Águila está próximo a la Puerta de San Vicente: la sacra entrada al castillo interior. Por eso el escándalo de aquellas verbenas. Con la duquesa venía el tropel de los bilbaínos que hacían corro a Sánchez Mazas, el personaje de Cercas: Lequerica, Aznar (el abuelo), Mourlane y Miquelarena, convocados todos ellos por la nostalgia del pil-pil. También algunos adornos codiciados de la época: la recordada tenista de Wimbledon Lilí Álvarez; las novias póstumas, imposibles y malcasadas de Primo de Rivera; y el diletante Luis Escobar. Cuando la duquesa legó el palacio y sus ricas colecciones de muebles, cerámicas, tapices, pintura y exquisitas artesanías, la primera ocurrencia fue degradarlo almacenando arreos de carruajes, como desahogo del Palacio Real de Madrid. Por eso es muy importante ahora que el Prado de Ávila no se atasque, porque este centro va a manejar más de tres mil obras y supondrá un leve desquite de los feroces despojos que nuestra tierra sufrió en su peaje a la modernidad.

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