Las nuevas vestales de bravucones y canallas

El Tribunal Supremo ha reducido la pena de la madre que roció con gasolina al violador de su hija de trece años. El Pincelito, autor de la agresión, disfrutaba de un permiso penitenciario y, en el colmo del cinismo, nacido al amparo de una sociedad cada vez más machista, encarando a la dolorida madre le espeto: «Buenos días, señora. ¿Qué tal su hija?».

La reacción de la mujer al constatar el desafío «reactivó la obcecación que tenía… con el hombre… desde la violación de su hija… Fue de tal calado emocional que fue… proporcional a la actitud agresiva», según palabras del tribunal que, traducido al cristiano —con perdón— quiere decir algo así como que, viendo disfrutar de la vida al canalla que traumatizó a su hija para siempre, se rebeló contra una sociedad cada vez más permisiva, que no castiga con dureza las agresiones, sean del tipo que sean, contra las mujeres, las cuales, no se sabe muy bien por qué, se quejan y se quejan hasta que, para hacerlas callar, se las mata. Pero estos hombrecitos, bravucones y canallas, deberían tener cuidado porque, aunque sea muy raramente, en algunas ocasiones surgen mujeres que, olvidando su natural pacífico y hasta sufrido, deciden acabar con sus maltratadores con una botella de gasolina a la vista de todo el mundo o en el silencio de la noche. Porque estos exhibicionistas machos —no sé si alfa o mierda— también duermen.