Diario de León
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Aquí y ahora | juan carlos viloria

Para quienes nos apasionamos con el ciclismo cuando los equipos lucían marcas de refrescos y chocolates y los puertos se bajaban a tumba abierta el próximo cierre del paréntesis de más de treinta años sin ver rodar por el País Vasco al pelotón de la Vuelta a España parece el final de un mal sueño. Durante décadas el veto del miedo y la infrapolítica han impedido que los más grandes, desde Lejarreta a Indurain, pudieran lucir su liderazgo por las carreteras vascas en una Vuelta en la que los Berrendero y Gabica impusieron tantas veces el último golpe de riñón. No hay una metáfora más ajustada para reflejar la penumbra moral y social de los últimos años que esa barrera invisible que temporada tras temporada obligaba a la caravana de la Vuelta a desviarse inexorablemente al llegar a territorio vascongado. Dos generaciones después parece que la lógica está «de buelta» y también la selección española de basket presume de camiseta roja por las calles de Vitoria, el ayuntamiento de Getxo pide ser etapa en la gran carrera ciclista, Baracaldo pretende un partido de la sub-21 y el Parlamento invita a la selección del fútbol a disputar encuentros en el País Vasco. Como en los viejos tiempos. No era justo que en el país de los txirrindularis (velocípedos), con 7.000 licencias federativas, con cientos de kilómetros de carril bici, miles de apasionados del pedal que vivieron los duelos de Ocaña-Merkcx; Delgado-Hinault; Indurain-Bugno, con el fervor de su religión de dos ruedas, siguieran castigados por más tiempo. Miles de amantes del ciclismo lo agradecerán y especialmente un gran aficionado y vasco de pro como Mikel Lejarza que hace un par de años en un espléndido artículo desmontaba con números los tópicos del Euskadi no es España revelando que mientras la audiencia televisiva de la última ronda española había alcanzado fuera de Euskadi una media del 8,6%, en la tierra de Marino Lejarreta llegó al 12,8%. Nada como un buen dato para echar por tierra la mitología interesada de los anacrónicos intransigentes.

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