Diario de León

EN EL FILO

Antonio Gaudí, el olvidado

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LORENZO SILVA
León

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V ino el Papa y se fue y aquí seguimos sacando punta a todos los aspectos accesorios de la visita. Que si el presidente del Gobierno estuvo o dejó de estar en Santiago de Compostela, que si el jefe de la Iglesia Católica se mostró innecesariamente agresivo con el Gobierno español, que si se gastó poco o mucho di nero, que si Zapatero debió haber asistido a la misa en Barcelona, etcétera. No va un servidor a frivolizar ni a decir que estos asuntos carezcan por completo de trascendencia. Es pertinente examinar en qué términos protocolarios se plantean las relaciones entre dos Estados, en qué medida los pronunciamientos de los representantes de uno y otro son respetuosos con la soberanía e independencia de cada uno y hasta dónde se emplea dinero público para financiar manifestaciones tan respetables como no unánimes. Pero cuesta creer que nada de todo esto sea la noticia.

Tampoco lo es que el Papa se pronuncie contra el aborto, contra el laicismo o contra la erosión del modelo de familia que tradicionalmente respalda la religión católica. Está en su papel y en su derecho de expresar su opinión. Algo menos fino anda, quizá, al declarar que la organización que encabeza sufre acoso institucional en un país que le otorga amplios privilegios y hasta le hace el trabajo de recaudar de los bolsillos de los ciudadanos los fondos para su sostenimiento. Pero es normal que defienda el estatus actual de la Iglesia, frente a quienes tratan de rebajarlo para el futuro. Del mismo modo, causa cierto estupor que se escandalicen desde ciertos sectores porque un jefe de Gobierno que no es creyente ejerza su derecho a la libertad religiosa y se abstenga de acudir a un acto de culto en el que no cree. Acabáramos. Podemos considerar un gesto de encomiable y oportuna cortesía que vaya, pero no exigírselo bajo censura.

Con perdón, todo esto son zarandajas al lado de lo que debería haber sido la verdadera noticia. Y esta no es otra que la consagración de la Sagrada Familia, posiblemente el más bello y sobrecogedor templo del orbe católico, que tenemos la suerte, creyentes, agnósticos y ateos, de poder disfrutar en Barcelona.

Reivindiquemos al olvidado de estos días, al genio, al visionario que soñó hace más de un siglo esta absoluta maravilla: Antoni Gaudí, probablemente el más universal de los catalanes (a mucha distancia del segundo) y el más formidable arquitecto de la España (por no decir de la Europa) contemporánea. Aventuro una apuesta: cuando la memoria de Zapatero sea más bien escasa y la de Benedicto XVI tirando a somera (un Papa entre tantos), Gaudí seguirá siendo un personaje inmenso, y su Sagrada Familia, esa a la que en estos días nadie hacía caso, objeto de admiración mundial. Él, en fin, era el protagonista.

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