Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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Luis García-Berlanga dijo que se iba, que no podía quedarse a comer y yo le acompañé. Después de la reunión del Consejo de la Filmoteca Valenciana nos fuimos al Hotel Astoria. Pero el motivo secreto de aquella huida era el ciclismo. Berlanga era un gran aficionado a ese deporte, que en los años cincuenta y sesenta tanto se parecía a sus películas. El ciclismo épico de la España de Franco. Carreteras con baches, fondas cervantinas, cuestas crueles. Las mujeres de los pueblos al borde del asfalto, los hombres con la boina, los curas y las monjas y los niños que también querían ser ciclistas. Precediendo a los corredores, el prodigio felliniano de la caravana comercial, con sus coches en forma de paquete de detergente o de gigantesca lata de conservas.

Planta séptima del Astoria. Pedimos pescado frío y vino helado. El camarero llegó un rato después, con un carrito. Berlanga estaba en calzoncillos; bromeó con el mozo sorprendido; le dijo que no formábamos pareja. Comimos en paz, hablando de ciclistas remotos. Recuerdo que él dijo admirar mucho al gallego Delio Rodríguez. «De tu tierra», añadió. Pero yo le maticé, que berciano soy.

Le había conocido tres años antes, en el despacho de Ricardo Muñoz Suay. Desde entonces coincidimos varias veces y en algunas sucedieron cosas que no sería razonable revelar. Divertidas.

La etapa que vimos en el Astoria fue crucial. Concretamente, la del primer maillot amarillo que logró Indurain en el Tour de 1991, el primero de los cinco que ganó el navarro. Berlanga sentenció al terminar la muy emocionante escapada y el liderato: «Indurain ha ganado el Tour». Luego hizo la maleta. Dio varias vueltas por el cuarto, pendiente de que no le faltase nada y miramos los dos debajo de la cama. Nos fuimos; el hotel lo pagaba la Filmoteca pero él dejó de propina cien pesetas. Que fueron aceptadas con sorna por el recepcionista, que estaba al tanto de la tacañería de Berlanga. «Muchas gracias, don Luis».

Continuamos hasta una tienda, no diré de qué. Y de la tienda nos fuimos al hotel Londres, muy cerca, que era de su hermano. Allí sus sobrinos le saludaron con cariño y risas. Lo que inspiraba siempre Berlanga.

Era un hombre gracioso, embarullado. Pero por debajo de aquella apariencia había tenacidad. Por entonces venía mucho a Valencia para convencer al presidente Lerma de que pusiera en marcha la Ciudad de la Luz, unos grandes estudios de cine. Nos parecía a todos un disparate, pero a él no. Y aunque no se pudo hacer aquel gran proyecto con los socialistas, se hizo con los populares. En Alicante. Luego se subió a un taxi, camino del aeropuerto. Adiós, Berlanga; fue un placer.

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