Diario de León

FUEGOAMIGO

Arroyo: arte con polémica

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Esta semana se ha reavivado la polémica en León por el retraso en colocar el conjunto escultórico de Puerta Castillo, que hace más de una década encargó el Ayuntamiento al artista Eduardo Arroyo. La controversia está en la calle y no faltan voces que reprochan semejante gasto en tiempo de crisis. Esta vieja cantinela pretende que la inversión en arte es dispendio y más valiera meter esos euros en fábricas con humo. Luego, la realidad demuestra que determinadas audacias culturales resultan más rentables en términos económicos que la supervivencia asistida de industrias obsoletas. Sin viajar hasta Bilbao, tenemos el ejemplo leonés del Musac o el Museo de la Evolución Humana de Burgos. Pero ahora en León protesta el artista, cansado de esperar la instalación de su obra, y reniegan algunos vecinos, a quienes no hace gracia la perspectiva de que vayan a amolarles su rincón costumbrista con semejantes colgajos.

No deja de tener su punto de ironía que esto le ocurra a Arroyo, uno de los pocos clásicos vivos del arte español, y que le pase en su León adoptivo. Eduardo Arroyo había despedido el siglo con un ruidoso estacazo contra la generalizada obsesión municipal de adornar los espacios públicos con esculturas cuya estética se columpia entre la exquisitez del kiwi y el pimiento morrón. Incluso celebraba la decisión de Grenoble de destruir un mural suyo. Y comunicaba su rechazo a ornamentar el Turia de Calatrava, así como el desdén hacia pedidos similares de Oviedo y Alcorcón. Pero se dejó tentar por el municipio leonés para cambiarle la cara a uno de los enclaves más azorinianos de la ciudad. Quienes conozcan León, traigan a la retina las traseras desoladas de San Isidoro, el encanto menestral de la arbolada plazuela de santo Martino y la teatralidad de Puerta Castillo, sólo aliviada por el reloj decimonónico que inmortalizó en sus versos Blas de Otero.

Había fondos europeos para el encargo y Arroyo acababa de presentar con éxito una exposición escultórica urgida por el reencuentro con Laciana. Unas figuras de piedra y troncos de las que emergía desafiante el asta de plomo de sus unicornios. Cabezas expiatorias esculpidas sobre los despojos de las brañas. Estelas horadadas, viejas piedras de molino, leños retorcidos por la intemperie: los desechos de la aldea perdida le acompañaban en el regreso a los orígenes. Entregó el conjunto pero el asunto enseguida se enredó en la madeja municipal. Intervino la Comisión de Patrimonio, con sus años de demora, y el propio artista tampoco se cortó al declarar que la ciudad de León acoge «las peores esculturas que he visto en mi vida». Se acercan las elecciones y ya nadie se fía de nadie. Ni el artista del municipio, ni los vecinos del artista.

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