Diario de León
León

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L os mensajes se contagian de la fiebre electoral y anuncian la próxima apertura de las puertas del paraíso. No lo crean. Estamos en vísperas de la primera involución social de la historia moderna. Ya no hay dudas de que la próxima generación tendrá peor calidad de vida que la que se conoce. Cada día llega como una losa en León para las cuarenta mil personas que se levantan sin saber a dónde ir, que puede ser el peor de los castigos que existe en el mundo libre. Por algo se empieza. Cuarenta mil almas, que son víctimas. Dos veces víctimas; por sufrir en sus carnes las peores consecuencias de los errores políticos que los han enviado a la cola del paro, al paseo de desahogo matinal, a la rabia de no poder ni ganarse la vida, al drama del desahucio, a la desgracia de no darle a sus hijos las oportunidades que se merecen, a la condena de meter las manos en los bolsillos; y víctimas tapadas por el silencio oficial, y por el ruido artificial que desvía la atención de lo incuestionable. Cuarenta mil parados en León tienen que escuchar a diario fábulas sobre el imparable futuro de esta tierra mientras el desempleo ruge en su estómago. Y será peor.

Mañana crecerán los problemas para pagar la hipoteca. Acaso, por ese ente refugio de la disculpa al que llaman euríbor, capaz de condicionar los hábitos de vida del mundo occidental. Arrecia el precio del dinero con cuarenta mil leoneses a la intemperie, desarropados, alejados de la protección de un sueldo y la seguridad el empleo. Y, además, silenciados. Su caso no aparece en los discursos cargados de hormonas electorales. Sus penurias no llenan telediarios.

Se agranda el abismo entre uno y otro lado de la sociedad. Un paso insalvable si a corto plazo cronifica el fenómeno. León, que ya viajaba en el vagón de cola del mundo, no divisa soluciones próximas al cáncer socioeconómico que supone el incremento de la cola del paro casi de forma exponencial en los últimos tres años. En breve, la resignación tomará la calle. Y frente a los carteles electorales se pondrá la realidad que no llega a las noticias. Quedará algún rebelde que, harto de soluciones falaces, la emprenda a brochazos y en un muro reproduzca aquel mensaje que lució durante tres años al borde de la carretera, en Sena de Luna: euríbor hijoputa, escribieron; pondrían euríbor por no dejarse llevar por la verdad.

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