Diario de León
León

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L os trenes de vuelta de la política llegan vacíos de pasajeros, igual que el trenecito de Feve que va y viene por los valles del olvido leonés entre apeaderos a los que llegó la luz con los fondos Miner, cuando en el pueblo de al lado ya no quedaban ni perros para ladrar a la Luna. Pasa el tren vacío, con el maquinista y el interventor, sin nadie dispuesto a ganarse la vida de otra forma que no sea la cosa pública. Las excepciones tampoco confirman aquí la regla. Por esa senda va a volver Zapatero, aunque no le hará falta subirse al tren, ni que le piquen el billete. Regresará por la vereda de la fama, donde se hizo ceniza aquel fervor al lugareño que se va, al indiano que en las fiestas patronales regresa envuelto en trajes de satén y zapatos que castigan el polvo. El evento levanta más expectación fuera del pueblo, sobre el que comienzan a caer avanzadillas de reporteros a modo de Levi Strauss sobre las formas de vida de los yanomamis. Como si Zapatero fuera a instalar la tienda de nuevo en medio del León que dejó a años luz del mundo occidental y de la renta per cápita del mundo rico; y ahí sigue; como si el primer ministro fuera a volver a la casa donde fraguó sueños luego satisfechos con ración doble de ambiciones; como si el hombre que iba a sacar de pobres a los leoneses se fuera a despertar cada mañana del resto de su vida con vistas al pinar del hospicio, tomara vinos con tapa de cecina y hogaza en el edificio Europa e hiciera cola para el pan y la prensa del domingo en el quiosco del otro lado del Musac. Já.

Ahora que el ejército de biógrafos apura notas para fabular la vida del poder después del poder, se recomienda retrotraer algo más el inicio de la historia; algo más allá de las colas del paro que esperan para saludar el paso del presidente de regreso a casa. Basta con acercarse a Burón y preguntar por Porfirio Díaz, por si quiere aportar testimonio del día que dejó a Zapatero compuesto en el altar, a la espera de la novia que hizo fú y se enroló en el PP. Un mito el alcalde de Burón; también por aquella leyenda que se forjó de hombre duro capaz de arrancarle a un caballo de entre los dientes el dedo que acababa de seccionarle; y de novela por la destreza que tuvo para engañar hasta el momento del enlace a un artista del cubilete. El hombre que mató a Liberty Valance antes de que fuera Liberty Valance. Fue en 1995 y aún se lame el PSOE el plantón.

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