Diario de León
León

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Bajo el agua, la memoria suena como el tañido de la campana de la ermita de San Antonio de Padua en Vegamián. Ahogada y ocre, se ensaña en el recuerdo del badajo en el bronce, a rebato, desde su guardia en la espadaña del campanario, para recordar a los deudos de la tierra que la fiesta del patrón vuelve al valle. La primera romería de la montaña. El despertar del verano antes de que las hogueras prendan los leños de un invierno cuajado de nieves y se echen a la lumbre de San Juan los malos recuerdos rumiados al calor de la trébede y los filandones. El homenaje con el que hoy los antiguos habitantes de Utrero, Lodares, Campillo, Armada, Quintanilla, Ferreras, Camposolillo y Vegamián desandan sus huellas, como cada año durante las últimas cuatro décadas, para soñar que bajo el arco de la ermita, reconstruido piedra a piedra en Pardomino, se abren las flores amarillas de las árgomas; y huele a azahar y a las mieses todavía encañadas y sin recoger; y suena la orquesta de Los Veleros y el acordeón con el que la hija de Lauro aderezaba el dúo de su padre y Cándido; y se pide al santo que interceda por los hijos e impida que la gripe se lleve alguna vaca; y prenden las cerezas silvestres para que su hueso haga música entre los dientes; y vuelve el río con su siseo para entonar la copla con la que los mozos, ya bien azumbrados de vino y orujo, buscan la dulzaina con la que cantar esa jota que han oído en la cabecera de su cunas: que soy de Vegamián, de la villa más guapa, que soy de Vegamián, donde más corre el agua-¦

Entonces, en la sobremesa, cuando cada uno se reconozca en la familia y los amigos que enterró en el valle, en las vueltas a casa sobre la hierba que colmaba el carro, en el frío de la cueva de los quesos, la memoria se resguardará en los ojos como un espejo. La imagen que dejan las aguas en la superficie, mientras en las tierras llanas nadie se acuerda del esfuerzo que más de mil personas hicieron al abandonar sus pueblos para que ellos no perdieran un futuro que -como en el Luna o Riaño- el tiempo ha convertido en un chiste.

Silba el lago Ausente y el Isoba le recuerda los versos de Julio Llamazares. «Yo vengo de una raza de pastores que perdió su libertad / cuando perdió sus ganados y sus pastos». Me asomo al pantano y susurro. Sigo aquí, soy el bisnieto del tío Ramiro de Utrero, el nieto de Rogelia. La memoria fluye en la sangre.

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