Diario de León
León

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L as esquila s picotean la herencia del cordel. Morosas, con su atonía desordenada de cabeceos, devuelven a los puertos la cosecha de las ovejas que se llevó el siseo del otoño en las esquinas de los roquedos. Retorna la lenta demora de las horas desmelenadas de lana en las camperas, abandonadas en la siesta velada de los mastines y el hambre que rumian los romances de lobos emboscados en la espesura. Vuelven los pastores por la trocha que describió la Mesta: la senda que forjó un reino heredero de las calzadas romanas, cuando el peso de la tierra medía a un hombre incluso antes de muerto.

El mes de julio repite el prólogo del verano acompasado a las patas del rebaño. La elegía de un oficio valle arriba por las afiladas veras del Luna, a las que se asoma el rabadán para mostrarle al zagalejo cómo refulge una trucha rubia cuando la delata la luz colada entre las ramas de los salgueros, en la tablada de La Calderina. El cortejo se convierte en letanía. Los cencerros tañen cuando se atropellan modorras las merinas, recién amanecidas bajo la bendición de la Virgen de Pruneda pero ya ansiosas por tascar las inmensas artesas que rumia el sol de las leyendas en Babia.

La vida retoma su curso con la repetición de las ceremonias. Rituales que han definido durante siglos las líneas del carácter de un pueblo que ya sólo se reconoce en recuerdos como estos. Herencias que remiten siglos atrás, cuando también despertaba el día con el concierto de los cencerros. Las marcas en el viento que hilan a la tierra con su pasado. La herencia de un modo de vida que tejió familias con hilos tan largos que no deshacían ni los filos de las sierras extremeñas, ni el frío de los hogares en los que las mujeres se calentaban los pies en el horno de las cocinas de carbón y los hijos dejaban de ser niños para aprender a ser padres.

La trashumancia no significaba un exilio. El ciclo mantenía un orden natural alejado de las estadísticas actuales que descubren que, hoy, en León, mueren casi el doble de personas que nacen y, cada jornada, emigra un nuevo grupo de jóvenes para encontrar el trabajo que el porvenir les había prometido a sus padres a cambio de renegar del oficio de sus abuelos.

La huella honesta de la tierra que amenaza con perderse. Esa arruga que describían las boinas en el sudor de la frente.

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