Diario de León
León

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El milagro de la virgen llena de paisanos y rapaces los pueblos en agosto. León en verano es una romería de pueblines que se desparraman en la siesta y se levantan con la cara que tenían hace 50 años: la trastienda bulliciosa de encargos para estrenar en la fiesta de la patrona; el bar con el goteo inclemente del grifo del fregadero mientras de fondo se cantan las cuarenta; la plaza ronroneante de guajes y madres al abesedo de la espadaña de la iglesia; el paseo reposado de la cena al creciente de la luna que deja a la Asunción a las puertas de la ermita...

El éxodo leonés retorna camino por la carretera nacional para abrir los cuarterones de la casa del abuelo, donde de amontonan los colchones para que duerman juntos los primos. No hay sitio para aparcar y a la hora del vino se atropellan los billetes para convidar a una ronda. En el poyo de las puertas la paisanada se entretiene en adivinar de quién es cada cría, qué sangre traen en el mirar y los años que hace que su padre partió a buscar la vida. Muran como los gatines y se abandonan a la ensoñación de lo que sería del pueblo si no se hubieran ido las dos, quizá tres, ultimas generaciones por la senda donde decían que estaba el progreso y ahora sólo hay desempleo.

La calle, donde ya no queda ni el gotelé de las boñigas para recordar qué trocha seguía la vecera guiada por el grito adolescente de un guaje, vuelve a ser concejo.

Siempre hay una voz que retorna una vez al año, más alta que el resto, que sabe qué habría que hacer para arreglar la ermita, para que se pudiera apuntalar el puente, para que se aprovecharan los pastos comunales, para sacar rendimiento a la vieja escuela... Quien se fue siempre pareció más listo; sólo se trata de que ha escamoteado a los demás su parte del relato común del pueblo.

La noche no saca al pueblo del sueño. Suena la verbena con barra de tablón, y la mano alcanza donde no llega el ojo, y siempre amanece antes de que todo empiece, y hay que vestirse para la misa, y bailar con la abuela, y no añusgarse con la ensaladilla rusa y el cordero, y hacer la maleta para dejar atrás el pueblo como si volviera Pedro Páramo. Como lo dejaron sus padres: gris en la tarde que se agosta en su despoblación, sin más futuro que un billete al pasado cada año, el día de Nuestra Señora.

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