Diario de León
León

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Aquella fiebre federalista con la que abrió su entrada en la Moncloa Zapatero capitula ahora en las ágoras reinventadas por Rubalcaba. El químico entretiene sus charlas de curilla obrero evangelizador del nuevo (?) socialismo con la invitación a cuestionar el papel de las diputaciones, amparado en un supuesto ahorro de 1.000 millones, —ni que todos cobraran lo mismo que Isabel Carrasco— y la desaparición de 1.000 diputados provinciales. Ingentes dosis de populismo, propias de quien ha consagrado la alquimia como un valor político, que encubren la apuesta por un modelo en el que las competencias locales quedarían sometidas —más aún— al nivel autonómico. Una palada más para sepultar a León en el foso que se empezó a construir hace 28 años con el reparto autonómico. El último bastión para articular iniciativas de desarrollo propio, potenciar los recursos comarcales y tutelar la mancomunidad de las necesidades de los municipios atacados por la despoblación.

Ninguno de estos valores se ha incentivado de manera correcta desde la Diputación leonesa. La institución se ha consagrado a la rapiña de los señores feudales: diputados que han convertido su puesto en una sucursal de subvenciones para su municipio y gobiernos que se han abandonado al reparto de fondos en función del color político y la sumisión. Una política que ha condenado a los alejados de la mesa del palacio de los gañanes a ver apagarse sus municipios, fagocitados por la voracidad de los propios compañeros de partido.

Pero la perversión de sus funciones no fulmina la utilidad de la Diputación. En lugar de defender esta ciudadela que regula la Constitución —donde están recogidas las provincias pero no las comunidades, lo que evita que las primeras estén supeditadas a las segundas— desde los pupitres socialistas leoneses se alienta el ataque al niño gordo y con gafas de la clase. Los mismos que hace poco más de cuatro años se travestían de autonomistas leoneses acatan el dictado del candidato nacional; aquellos mismos frailones revolucionarios que jugaron a ignorar la verdad que, en La Misión, enseñaba el superior jesuita a uno de sus subordinados: «Esto no es una democracia, es una Orden».

Ahora vendrán los que siempre acuden a la boina para denigrar, quienes se llenan la boca con el proverbio de que cuando el sabio apunta a la luna sólo el tonto mira al dedo. Es que ya van muchas veces de que nos lo metan en el ojo.

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