Diario de León
León

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Todo tiene un comienzo dialéctico. Un momento en el que se se dice la primera palabra y empieza a construirse una realidad. Un verbo que cristaliza en un concepto y se extiende como el grupo de corredores de fondo que sigue a Forrest Gump, sin más contenido que una representación simbólica que a menudo se abandona a la ficción. Los nuevos regímenes necesitan estas herramientas para modelar la realidad. Cosas inocentes al estilo de «vamos a acabar con las estructuras que han dominado esta ciudad durante años», como se envalentonó el PSOE al principio del anterior mandato, cuando Fernández todavía no se había mudado al apartamento de quienes representan lo más granado de las élites de poder de León. Los mismos que ya se aprestan a arropar al alcalde con sus contactos, sus familias, sus conocidos y sus grupos de dominio empresarial y comercial. No hay más que esperar a que se repitan las fotos y las declaraciones en el mismo sofá, pero con Gutiérrez como anfitrión.

Ahora, la ruptura, que no se ha quedado sólo en la escombrera de los proyectos más simbólicos del pasado mandato, empieza a definir la nueva realidad con conceptos como «se acabó el gratis total», «el Ayuntamiento no tiene una máquina de hacer dinero» o «la ciudad nunca estuvo tan abandonada». Frases que en la boca de José María López Benito, que fue uno de los puntales de la época de gobierno en la que el PP tiraba de barra libre y hacía gala de que para una buena gestión era necesario endeudarse, quedan como si Nacho Vidal se pusiera a promulgar la castidad como forma de vida. Latiguillos que se alternan con gestos como el amago de rescindir el contrato del renting del coche oficial para vender la imagen del alcalde a pie de calle o la anécdota de quitar la llave del ascensor para poder acceder a la planta de Alcaldía. Artificio, con gran despliegue de su central de propaganda, pero bajo el que se empieza a ver el dobladillo de la máquina registradora.

El problema surge cuando se vuelve al Génesis, en vez de pensar que la historia empezó de cero con el Nuevo Testamento. Cuando en el sermón se recuerda aquella promesa del IBI que se puntualiza, maquilla y aplaza para dar lustre a la ceremonia de exaltación de los cien días. Para comulgar, la única ostia ha sido el adelanto del cobro del impuesto a quien lo tenía domiciliado.

Repitan: Amén.

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