Diario de León
León

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Los que se enteraron todavía el viernes de que los toros salen afeitados al coso del Parte, antiguo telediario, que afinen las entendederas ante el aluvión de fábulas que les echarán encima las apreturas del paso por las urnas. Atentos a la obscenidad más recurrente de quien predica la política como acto de servicio al prójimo. Lo del primero entre vosotros sea vuestro servidor no pasa el corte de este sálvame colectivo que se impone ante la ocasión de convencer al censo por un billete a cuatro años de poltrona. Tan obsceno como el recurso emocional del me presento para defender los intereses de esta tierra, que repiten como cuervos adiestrados quienes no tienen nada más que ofrecer a la espiral de desempleados que se enrolla en la manzana. Los diputados por León pintan en Madrid lo mismo que en el santoral.

Los políticos siempre acaban delatados cuando la política no implica barra libre en la chequera del tío gilito. Se les conoce por la cara; la que ponen cuando la ruina de las arcas públicas les devuelve la nómina enclenque, raquítica al lado de aquellos cinco mil del vellón que caían cada mañana del cielo y les permitían holguras de ricos con dinero de pobres, y hasta orinarse en los tobillos de los contribuyentes; ellos, con hábito de limpiarse el morro con billetes de 500. La cara con rictus de haberse tragado la hiel del porco se refleja en los espejos de las catacumbas del Palacio de los Guzmanes, donde los que hasta hace dos meses hicieron guerra de guerrillas para lograr un asiento de distinguido diputado se ponen cartesianos a ver si les mereció la pena tanto ruido, tanta pasión para nada. Por esa cara se conoce a quién bajó una planta en Ordoño II, y adelgaza de las opíparas cenas mientras le sobran dedos de una mano para sumar comisiones remuneradas, que ven de lejos los tres ceros en la cifra; cara de mutante. Esa es la jeta de pokemon en evolución que enseñan los columnistas que se han echado al mundo del relato corto del balompié después de pasarse media vida escupiéndole a la cara a los que hacían las crónicas en el Amilivia. Alumbrados por el hambre, que resulta igual de puta que el ansia, se lanzaron al plagio, cual segurolas y valdanitos y llamazares clonados, en busca del parné. El mismo parné que mueve al político, sólo a veces superado por la urgencia de un aforo, no vaya a ser las garras de un juez valiente con ganas de hacer justicia.

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