Diario de León
León

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Cuando el próximo domingo las lluvias tardías logren apagar las mentes calenturientas y sofocar los cerebros repasados de quienes acostumbran a meterle fuego al monte, será demasiado tarde. León arde como una tea cada vez que el calor se pone pesado; el fuego se ataca con helicópteros y aguerridas brigadas terrestres, pero sólo se puede combatir con psiquiatras, bomberos en las cabezas retorcidas de quienes alimentan su locura frente a columnas de humo negro y llamas voraces que arrasan en un minuto lo que a la naturaleza le ha costado armar una vida.

Ha vuelto la plaga, agitada por este sol de otoño que nos acerca a las lindes del desierto; la relación un trastornado un mechero se hace patente bajo la dictadura de los treinta; treinta grados de temperatura; más de treinta kilómetros por hora en velocidad del viento; humedad relativa por debajo del treinta; y el mecherín del que se cree en potestad de ordenar el territorio forestal como si fuera el asistente del creador del mundo que viene a corregir renglones torcidos.

Cuando el frente de lluvias llegue el domingo con carga suficiente para apagar todos los rescoldos de un mes y medio de hogueras, cenizas e infierno en el monte, será tarde, porque la sociedad no ha sido capaz de aislar, otro verano más, y éste con prórroga, a un grupo de desalmados que juegan con fuego; demasiado tarde para las miles de hectáreas que forman un ecosistema vegetal que es fábrica de purificación de aire; demasiado tarde para las gentes que han perdido pertenencias y capital a mano del fuego; muy tarde y fatal para una familia que anoche lloraba la muerte de un hijo, un hermano y un esposo, de un hombre joven al que devoraron las llamas por ir a frenar la ocurrencia criminal de un volado al que le dio por prender unos matojos el día antes; demasiado tarde para la conciencia de ese que prendió el monte sin saber que en la capacidad de su maldad no estaba controlar hasta donde iba a llegar su fechoría.

No es el sol, ni el otoño polvoriento, el que inventó esta moda de dominar el entorno con una cerilla, alimento del fuego que nació del roce de dos piedras. Es la mente esponjosa de aquellos que se creen dioses.

Tengamos esperanza. Volvamos a las aulas a ver dónde se perdió el hombre. Y apostemos por mañana. Por plantar un árbol aunque nos aseguren que el viernes se acaba el mundo.

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