Diario de León
León

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Ahora que ya ha empezado a caer la guillotina para los médicos, —aquí, en León, no en el Ampurdán—, que los galenos abandonan la cola de las consultas de los ambulatorios para engrosar las colas del paro, podemos hablar de modelo.

Momento adecuado para dejar el fútbol a la hora del café y abrir en la barra del bar un debate sobre dónde es necesario gastar dinero público cuando hay que estirar el billete de 20 euros como si fueran los binladen nazarenos; a cinco días de ir a la urna a meter el sobre es buena ocasión para hablar de política, aunque no seamos capaces de quitarnos la urgencia del doble pivote que puso Mouriño en la misa de doce del Bernabéu o si había que llevar a la Cultu a un documental sobre la muerte digna en la BBC.

El modelo que manda a los médicos al paro en León mientras sostiene presupuestos millonarios para hacer la concentración parcelaria en pueblos donde ya no queda ni un cristiano que cotice como autónomo por la agraria a la Seguridad Social es para tomar en reposo el voto después de la sobremesa; y dejar que pase la tarde, recelosos de que las coordenadas descritas para decidir el sufragio estuvieran manipuladas. No vaya a ser que el modelo se contagie hacia arriba por las estructuras administrativas del estado, y llegue a La Moncloa, y caiga luego, dos veces, sobre nuestras cabezas.

Que se apure el que tenga que pensar, que el próximo lunes va a ser tarde.

De la política, ahora que arrecia el fin de la campaña, el circo electoral, parece que sólo interesa el quehayde lomío , que es la expresión de cabecera en el encuentro fugaz y sobrevenido de un candidato electo y el votante influyente. Y de los políticos, después de las esquinas salpicadas de vómitos que han sorteado los contribuyentes en esta cascada de acontencimientos que han precedido a la catarsis general que alienta todo paso por las urnas, el momento en el que, como Clinton, reciben la noticia de que apareció la mancha en el vestido.

La llamada al sufragio levanta los egos que descubren la sospecha que pesa sobre todo aquel que ansía el poder. Y exagera las historias, que sólo merecen ser contadas en el caso de que el testigo, como decía el pensador Blaise Pascal, esté dispuesto a dejarse matar.

En León está por nacer aún aquel político que sea capaz de jugarse la vida por el valor de lo que cuenta.

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