Diario de León
Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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Iban, venían, subían, bajaban pero siempre intentando coincidir. Se comían a miradas, que no a besos, porque entonces besar era un rito privado. Con sus encuentros furtivos forjaron un puente que una vez cruzaron y tuvieron seis hijos. Él era cubero y ella oficiaba de columna o algo así, ya que su ocupación era sujetar la casa. Trabajaron duro en aquellos años duros y entonces supieron del hambre como motor y brújula . Pero sorprendentemente el hambre no les dio resentimiento sino arranque y les dotó asimismo de una cierta solidaridad y empatía para con los que sufren, y eso lo conservaron siempre. Él había estudiado algo con los frailes, estuvo en la guerra de África, leía lo que podía, era republicano y quería que sus hijos estudiaran. Ella no estaba tan instruida, creía que ser republicano consistía en no ir a misa, de la guerra sólo pensaba en los muertos, y les quería a todos ellos, y le quería a él (los abuelos ahora me ha llegado eso, frases a medio coser y suelo en el que apoyarme).

Su historia se cuela hoy en mi cuaderno para que no se me olvide que todas las historias pueden ser La Historia. Desde esta biografía a vuelapluma o a partir de cualquier otra, se puede hablar de lo que sea, de la crisis, del paro, pero siempre quedará un resquicio para la ternura.

Al final, y después de darlo todo, ella se durmió en el sueño no elegido mientras él, con su llanto de orujo, no dudó en seguirla lo mismo que un sonámbulo poco tiempo después -bello gesto de amor y sobre todo de costumbre-. Recientemente visité su vieja casa, ahora deshabitada, y rejuvenecí mirando el columpio, en el patio. Y el pozo. Las herramientas oxidadas por un olvido lento. Entonces me dio por recordarles como si aún estuvieran por allí —dignos sobrevivientes de si mismos—; como si me escucharan. Al irnos y cerrar el portón de la calle —quién sabe por cuánto tiempo— la noche invernal nos saludó tan limpia que casi parecía poder leerse el número y el nombre de todas sus estrellas, como dice el poema.

Entonces me propuse escribir su historia para no olvidarla. Y firmar la opinión de que en esta sociedad moderna se pondera tanto la juventud, la exterioridad, la pose, la tontería, la falta de alma en cualquier caso, que mirar hacia atrás de vez en cuando empieza a ser más que necesario.

En Navidad y siempre, al lado de todo lo que escribo, de mi vida, del estrés, del mooving laboral, del amor, están los abuelos con su paso lento, sus pequeñas cosas, la mirada espesa que en realidad no estaba para guerras ni paces... ¡Así que Feliz Navidad en nombre de lo que soy!

Él era cubero y ella era columna.

A mí me gusta su historia de papel de estraza porque podría ser la de todo León...

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