Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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He leído que los jueces y otros cargos tienen al Bierzo por un destino deseable, pero durante muchos años no fue así. La comarca era una tierra remota y difícil, donde los empleados forasteros se pasaban los días soñando con huir a otros lugares más céntricos, brillantes y cómodos. Algunas de aquellas personas, sin embargo, cambiaron de opinión, y con el tiempo se integraron perfectamente en la zona. Aquí vivieron y se casaron, aquí nacieron sus hijos.

Hubo un tiempo en que cada año celebraban una fiesta que ahora suena, justamente, a naftalina y clasismo: la fiesta de los profesionales. La de los titulados universitarios que vivían en Ponferrada como los ingleses en Jartum: rodeados de masas de obreros, de empresarios algo brutales y de campesinos que nunca se sabía si decían que sí o que no; o que ni sí ni no.

Esas fiestas de la crema en medio de la negrura general de la urbe se celebraban en la antigua sede del Club de Tenis, que era paredaño con el Hotel Madrid, uno de los emblemas de la ciudad del Dólar que aún resiste.

En ese hotel vivió un ilustre profesional destinado en el Bierzo: Juan Benet Goitia, ingeniero de caminos, canales y puertos y escritor ambicioso y exigente. Anglófilo y elegante.

Benet se refugiaba en el hotel cuando volvía lleno de barro de las obras del pantano de Peñarrubia. Allí leía, escribía y tomaba whisky, ajeno al barullo de camiones y talleres, a los oficios religiosos o a las peleas de los bares.

Un día de 1978 me habló Benet de aquella Ponferrada dura, que parecía la ciudad natal de su admirado William Faulkner. Fue en una larga conversación en Valencia. El escritor recordaba bien la urbe, en la que luego vivió con su familia en la actual calle de la Paz.

Benet supo convertir aquella tierra del oeste, rica y verde, minera y mítica, en la novela más misteriosa y altiva de cuantas se publicaron en España en los últimos cincuenta años. El libro, Volverás a Región , es una prueba de fuego para cualquier lector.

Ponferrada ha perdido esa aura. La ciudad es hermosa, limpia y optimista. El progreso allana y mejora, no es cosa de caer en la nostalgia. Pero al fondo de sus calles, pidiendo que no se la olvide, porque existió y fue noble, y fue bruta y también fue dulce muchas veces, queda la otra urbe, la humilde y carbonera. Poblada por personas ya muertas que conocieron el dolor y la transitoria felicidad.

Una Ponferrada que ya solo los niños de entonces llevamos dentro, aunque no por nada en especial. Solo para llevarla, que no es poco.

En ella nos criamos mientras Juan Benet escribía en el cuarto de un hotel. Alguna vez, desde la ventana, nos vio pasar. Él fumaba, y se dejaba llevar por el humor, la palabra y la melancolía.

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