RÍO ARRIBA
El honor del hombre tranquilo
Aunque resulte inusual, permítanme que les recomiende una película que proyectan mañana en la primera, El hombre tranquilo, de John Ford, una verdadera obra maestra —esta sí— del cine de todos los tiempos. Se trata de una película con un formidable aroma a libertad, rodada con un entusiasmo contagioso y capaz de mantenerte con los ojos inundados de placer de principio a fin. Probablemente, si la hubiesen rodado ahora, más de un lobby sectario hubiese subrayado su machismo, poniéndola a parir en aras de una gazmoña corrección política. A lo mejor, ni siquiera se hubiese podido rodar respetando todas las escenas de su memorable guión. Sea como sea, era de otra de sus virtudes de lo que quería hablarles. La película tiene, bajo una mirada de fábula nostálgica y luminosa, un reverso doliente y sombrío. Es el que arrastra su protagonista, el magnífico John Wayne, un ex boxeador pudiente y atormentado que regresa a la aldea de sus ancestros para recuperar la pureza de una infancia perdida. Retorna huyendo de la codicia y de la violencia, para pisar la hierba de una tierra embriagada (en más de un sentido) por una milagrosa ensoñación. El olor de la turba, las vallas pintadas, la tempestad, los caballos en las playas, la pereza de los trenes, la taberna, la húmeda pipa del inefable Michaleen Flynn, todo remite a un mundo homérico y gozoso. Un lugar para un himno y una epifanía irrepetibles.
Hoy sería impensable hacer una película así, con esos actores y ese escenario. Ese hombre tranquilo que representa John Wayne no sería creíble, ni tampoco la abadía en ruinas donde besa apasionada y salvajemente a Maureen O’Hara, la ingobernable pelirroja Mary Kate. Tampoco cabe imaginar un pueblo llamado Inisfree. En un mundo lleno de impostores y mamarrachos, donde todo se ha reducido a tenebrosas pulsiones contables, no queda sitio para semejante huracán de belleza. Hay que sumergirse en esta película sin tapujos para darse cuenta de lo que hemos perdido, de la ausencia de héroes y sueños capaces de mantenernos en pie. Y puestos a pensar en la mierda que arrojan sin descanso sobre la esperanza y el estupor diario de millones de personas, ver esta película es como celebrar un acto de lucidez y rebeldía.