Diario de León

EL RINCÓN

Esclavos del smartphone

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magis iglesias
León

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De mis correrías periodísticas recuerdo, sobre todo, el drama de las transmisiones. La búsqueda de una tecnología capaz de hacer llegar a la redacción mi crónica del día, tallada a golpe de apurar la actualidad hasta el último minuto. Muchas noches, sigo soñando que el terror y la angustia me paralizan porque se hace tarde y no puedo enviar la información, no hay teléfonos por ninguna parte o los auriculares que descuelgo no funcionan. Pasa el tiempo, cae la noche y ¡no encuentro soluciones! Son pesadillas que nadie habría tenido antes, cuando se hacían las conferencias por encargo, con tiempo y a través de telefonista.

Ahora nos creemos más libres e independientes porque lo tenemos todo a golpe de tecla. Conocemos la actualidad al segundo —de lo que ocurre a la vuelta de la esquina o a miles de kilómetros—, gracias a las alertas del móvil y las noticias de Twitter. Tenemos conversaciones importantes o charlamos de tonterías, por Skype, WhatsApp, mail o sms. Recibimos y enviamos fotos y vídeos con facilidad pasmosa, hasta el punto de ser consultados por un alergólogo si le mandamos un autorretrato tras sufrir un brote alérgico. El smartphone (teléfono pequeño) es la clave de bóveda de este moderno y endemoniado sistema de vida que, al contrario de lo que creíamos, no nos ha hecho más libres sino mucho más dependientes.

Somos esclavos del teléfono. Basta con tener un móvil para sentirte desnudo cuando te encuentras sin él. Te lo has dejado sobre la mesa, estás a kilómetros de casa y has quedado por el centro. «Te llamo al llegar», prometiste. Te desesperas cuando la batería se agota y no puedes consultar si tu cita es en la parada de metro Atocha o en Atocha-Renfe. Empequeñeces porque sabes que llegarás tarde al cine, has perdido el último cercanías y no hay un mísero teléfono público en la barriada. Te acobardas y no te atreves a salir de la cama cuando compruebas que tu smartphone ha muerto y con él has perdido el reloj/despertador/alarma/agenda. Lo peor es que estás en una ciudad desconocida y sin un GPS capaz de llevarte al avión que debes pilotar de madrugada.

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