Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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Leo que esta semana le han entregado el Premio PhotoEspaña 2012 al guardián de las visiones, al retratista de La Movida, sí, a esa leyenda con causa que es Alberto García-Alix (León, 1956). Y tan celebrable noticia me ha recordado que está en la colección del Musac el más esencial autorretrato del autor, el cual formó parte de la exposición Existencias

Uno miraba con detenimiento aquel retrato de este Pier Paolo Pasolini de la fotografía y podía ver no sólo el resumen de una vida y una época, sino también un alegato en favor de la existencia radicalmente al límite. Y es que en aquella imagen contundente, mientras el blanco y negro graduaba y potenciaba la atmósfera dramática, vimos con un nudo en la garganta como estaba ahí completa la hoja de servicios de un sobreviviente. Sí, en esa foto toda la poética de quien aún es capaz de tapar las cicatrices con medallas para proseguir, pero también en la belleza amenazante de aquella imagen, descrito psicológicamente con minuciosidad, el testimonio del pionero.

Ahí estaba, con todos esos tatuajes que son ya el mapa de un camino sin retorno, posando igual que un herido místico diabólico que sin palabras confiesa: juro que algunas noches moriría con la única lástima de no poder contarlo después en una fotografía...

Pero concluimos al saber de su premio que él aún sigue en pie mirándonos desde la ciudad amurallada de su autorretrato como quien en realidad no puede renunciar; aún sigue en pie igual que las ruinas de un imperio. De hecho al recordar el autorretrato uno lo vuelve a ver como un hombre genial y obstinado en venerar la libertad no libre de la adicción, el cual se adentró hace mucho desnudo pero armado en la selva de la vida y ha vuelto maltrecho aunque cargado de tesoros: hay quien figuradamente se quema a lo bonzo, como Nietzsche, por el bien de su obra, pero Alberto García-Alix es solamente un vividor radical, y la grandeza de su arte, el de esas fotografías suyas repletas a la vez de inmediatez y eternidad, es un efecto secundario de esa audaz opción vital.

Sin embargo, más allá de los tatuajes, de la camiseta con tirantes minimalistas y la digna y retante posición de los puños, lo más impactante del autorretrato que expuso el Musac era la luz como de cárcel y aquella mirada absorta, inquietante y desorientativa: la expresiva mirada que hace de ese retrato no un espejo sino una denuncia de nuestro decadente conformismo, y también un argumento para quienes, antes de decidirse por la libertad, se fijan primero en los riesgos.

La fotografía como emblema. Un retrato al que miras y el cual además te mira. Uno ante el que te sientes desnudo, solo, confundido por los destellos como quien se asoma a un pozo lleno de diamantes… Saludos desde Dinamarca.

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