Diario de León

Carmen Busmayor

Cuatro cervantes en el Cervantes

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Carmen Busmayor escritora
León

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La cosa del Cervantes es sin duda mucha cosa siempre. Ni más ni menos que el premio mayor de las letras en lengua española. En su entrega en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares todos los veintitrés de abril en honor al grandísimo autor de El Quijote, como es esperable, suele estar el galardonado con un estupendo chaqué de estreno. Eso es lo común, aunque no siempre, tal y como ha ocurrido con el premiado el penúltimo año, el poeta chileno, hermano de la cantautora Violeta Parra, Nicanor Parra, dada su avanzadísima edad y muy mermada salud, siendo representado para la ocasión por un jovencísimo nieto, vestido de chaqué por supuesto. Pero no, un representante no sólo no es lo mismo, ni siquiera parecido. Digamos que en ese caso la ceremonia resulta algo desangelada.

Sin embargo mira tú por dónde este año, este 2013 (para que luego digan que el 13 nunca es bueno y haya quien no lo quiera ni oír mencionar) el acto de entrega ha reunido a cuatro ganadores. Casi nada. Lógicamente estaba el ganador del galardón en el 2012, quien ahora recibía el mismo, el gaditano de Jerez de la Frontera y ascendencia cubana José Manuel Caballero Bonald, cercano y bien erguido pese a sus ochenta y seis años a la espalda para quien el premio supone un estímulo en su «ya sobrepasado arrabal de senectud». Próximos a él se hallaban el premio Cervantes leonés de vida y corazón Antonio Gamoneda, la también premio Cervantes, frágil y dulce desde su silla de ruedas, la barcelonesa Ana María Matute, tercera mujer en obtener tan alta distinción y el igualmente Cervantes y premio Nobel, el escritor de La fiesta del chivo , Mario Vargas Llosa.

Estampas como la anterior no abundan en dicha ceremonia, aunque tal vez no lo sepan los allí presentes Miguel Ríos por quien no parece haber pasado el tiempo, debido a que Los viejos rockeros nunca mueren , viven y además lo llevan bien. Tal vez también lo desconozca Luis Eduardo Aute, El niño que miraba al mar, con muchos más signos visibles de residir en ese estadio de la vida vinculado al desgaste y al cansancio, o el mismísimo Alfonso Guerra, dicharachero y sonriente, o el retrógrado y controvertido obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Pla.

Puede que lo desconozcan, además, los Príncipes de Asturias en los que delegaron los Reyes para presidir tan solemne acto ya el año anterior por el desagradable y accidentado asunto de la República de Botsuana con el que ha comenzado para la casa real española ese «annus horribilis» que no tiene pintas de acabar, y ahora por culpa de esa doble hernia discal que quiebra el descanso y la agilidad de su majestad don Juan Carlos, todavía convaleciente de la operación. Por cierto, el príncipe Felipe ha mejorado mucho. Su discurso lo ha llevado de un modo más claro y firme. Seguro que lo había preparado más que el pasado año, o será que va cogiendo tablas o que tiene especial ayuda. Pues de algo tiene que servirle contar con una periodista asturiana al lado, ese día con lujoso vestido de arena húmeda. Vamos, digo yo, sino que se lo pregunten a los poetas Félix Grande, Benjamín Prado y Jesús Hilario Tundidor, además de al narrador de Villablino Luis Mateo Díez, buenos observadores, o al mismo Rajoy, o al mismo ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert.

En fin, entre el himno de España y el Gaudeamus igitur transcurrió el solemne acto en que se hizo entrega del premio Cervantes 2012 al autor de Ágata ojo de gato. Es decir, a José Manuel Caballero Bonald. Luego vino el piscolabis habitual en el jardín. Los árboles muy verdosos. Sobre ellos pájaros llenos de talento, poesía y naturalidad saltaban, incluso hubo una osada paloma que dejó caer su excremento en el traje del premiado, que se lo tomó con mucho humor. Sin saber bien de dónde llegaba un cierto olor a hierbabuena. Por muchas esquinas acudía la admiración.

Afuera centenares de personas descontentas e indignadas por los innumerables recortes y los penosos desahucios en este tiempo de látigos, tanto a la salida como a la entrada, abucheaban a los políticos y los príncipes.

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