Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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Tiene ese roble fases con el color del rubor furioso y por eso lo llamaron quercus rubra ... es un roble al que miran asombrados y compasivos los recios robles de aquí, esas matas roblonas de melojos o rebollos de todo lugar, robles carballones bercianos, robles quejigos del sur o los tres robles albares que restan en Picos (y encinas, que también son quercus )... mírales, se dicen entre ellos... esos roblicos que transplantaron ya de adultos en la capital son pobre gente, se mueren poco a poco, no aguantan este clima o la función que les dieron, les trajeron por una pasta larguísima desde Italia, al parecer, para colocarlos en rígida fila ante la puerta de la iglesia de San Marcos... quizá pensaron los ocurrentes diseñadores de esa plaza que cuando se hicieran corpulentos, como cabe esperarse de los robles, su fronda conseguiría ocultar definitivamente la fachada plateresca... unos genios.

Las primaveras leonesas no les sientan bien a esos árboles que, para ser sinceros y literales, habría que llamar castrati (ya van pareciéndose a un poste esmochao). Y si antes me irritaban, ahora me dan una pena inmensa, la diñan... se resisten a morir, pero se mueren... y esa rojez que presentan ya al brotar se debe a que realmente están representando su propio crepúsculo o presentando su dimisión en el país en el que nadie dimite (de sus trece).

Costaron 800.000 pesetas cada uno de los ocho que plantaron... ya entonces, Sócrates torcía el mostacho: la esplanada que inventarían ante San Marcos era pura copia de una plaza de Lyon, vaya, afrancesada... le parecía insolente copiar así ante un pedazo monumento que es joya única y deslumbrante del plateresco español y que se sobra y se basta a sí misma para colmar todas las miradas que atrae y secuestra, no necesita ayudas decorativas ni otras ostentaciones... pero para justificar el indecente presupuesto había que irse a lo caro y tirar la casa por la ventana... y será casualidad, pero en estos casos la ventana por la que se tira la casa del común suele dar casi siempre al jardín del amigo, al patio del socio, a la finca del pariente, al compañero de partido...

Sócrates cree que el rubor de esos robles es por el que ellos jamás tuvieron.

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