Diario de León

TRIBUNA

El poder de la opinión pública

Publicado por
Julio Ferreras educador y excatedrático de IES
León

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La existencia de una opinión pública, crítica y responsable, es hoy una de las bases esenciales de la democracia. Difícilmente podemos imaginarnos un sistema democrático, que merezca el nombre de tal, donde se intente amedrentar y controlar una opinión pública que manifiesta su sentir y su parecer ante los derroteros que toman los poderes públicos y, en especial, los gobernantes. Es relativamente moderno este concepto de la opinión pública, ligado a la aparición de los sistemas democráticos, ya que la realización de ese concepto ha estado completamente ausente, en la historia de la humanidad, salvo en contadas y excepcionales ocasiones. Es a partir de la segunda mitad del siglo pasado, cuando comienza a manifestarse este poder latente de los pueblos, poder que ha de consolidarse y constituir una gran esperanza para el futuro de la humanidad.

Esta opinión pública es la consecuencia de la aparición de los documentos internacionales de derechos humanos y del auge de la ciudadanía civil y la ciudadanía global, sobre todo en los países más avanzados del planeta. Recientemente hay una fecha clave: el 15 de febrero de 2003. Según los analistas políticos del momento, ese día más de 60 países de todo el mundo mostraron por primera vez lo que se llamó la Opinión Pública Mundial, para expresar su oposición a una guerra preventiva contra Iraq. Los sociólogos lo analizaron como un fenómeno nuevo en la historia, la primera manifestación global, vinculada entonces, de alguna manera, al III Foro Social Mundial de Porto Alegre (Brasil). En esa gigantesca manifestación, personas de todos los estamentos sociales, culturales y políticos mostraron un deseo claro y por primera vez unánime en todo el mundo: paz. Posteriormente, el 20 de marzo de 2004, tuvo lugar otra manifestación global de protesta en el primer aniversario del comienzo de la invasión de Iraq.

Estas manifestaciones han nacido de una forma espontánea, al margen de la política y las administraciones, e incluso de los sindicatos. Son movimientos populares con una conciencia de unidad planetaria que demuestran el grado de madurez y de responsabilidad que ha alcanzado una buena parte de la humanidad. Los foros sociales mundiales suelen ser los lugares donde se concentran las nuevas ideas que arrastran, cada vez, a más ciudadanos con el objetivo de cambiar el actual modelo neoliberal que controla el mundo. Como recuerda F. Mayor Zaragoza, es el momento de «unir todos las voces en un gran clamor mundial. Ahora es posible. Ahora es el momento», o M. Gorvachev: «La tarea es simple. Volver a lo básico, entender que los problemas globales no son ajenos a nosotros. Son nuestros problemas… y somos nosotros… quienes… podemos hacer algo significativo para solucionarlos». ¿No cayeron el apartheid y el Muro de Berlín por la presión de la opinión pública mundial?

Apliquemos ahora todo esto a nuestro país, en unos momentos tan decisivos. Cada vez son más las manifestaciones en todas las ciudades españolas, ante la situación a la que nos han llevado los poderes que nos gobiernan y sus aliados, envueltos en una crisis de corrupción escandalosa, que obliga a los pueblos a tomar cartas en el asunto, es decir, a pedir responsabilidades y cambios profundos para acabar con esa lacra que destruye toda cohesión social y crea una gran injusticia entre los más desfavorecidos. Pero este poder latente de la opinión pública sólo se hará real a través de una de estas dos vías: La del conocimiento (a través de la educación y el desarrollo de la conciencia); ésta debería ser la vía natural y lógica, y por ello, la más corta, la que llega a crear una sociedad culta, libre y responsable. La otra vía es la del dolor y el sufrimiento, aprendiendo a fuerza de experiencias desagradables. Estas dos formas de aprender estaban ya presentes en algunas tendencias de la antigua filosofía oriental, que afirman que el hombre aprende por conocimiento o por dolor. La primera vía es la menos usual; en primer lugar, porque los poderes públicos ya se encargan de impedir ese acceso al conocimiento y la cultura de todos los ciudadanos; y en segundo lugar, porque esa vía exige mucho esfuerzo y mucha reflexión personal, y no todo el mundo está dispuesto a ello. Por tanto, queda la otra vía, la del dolor. Así aprenden, en su gran mayoría, los pueblos, a través de golpes, de caídas, es decir, a través del dolor.

Pues bien, parece que el pueblo español está aprendiendo, de una forma u otra, que una buena parte de los gobernantes se corrompen en el poder, que gobiernan, ante todo, para ellos y su casta y abusan de los ciudadanos. Y está aprendiendo también que es necesario unirse y tomar riendas en los asuntos que nos conciernen a todos. Para ello es necesario abandonar las actitudes puramente individuales y egoístas (actitudes que llevan a la desunión social y al triunfo de los poderes públicos), y tomar conciencia de que pensar en el bien común, en lo de todos, es más avanzado que pensar en lo exclusivamente personal. Este es el verdadero poder de la opinión pública, el poder de los ciudadanos responsablemente unidos. De ahí, todas esas manifestaciones y reivindicaciones sociales, cada vez más numerosas, justas y necesarias, en el periodo entre elecciones. Y después, no olvidar que, en las democracias, aunque sólo sea cada cuatro años, hay una gran oportunidad: la de barrer del mapa político a los corruptos y a los que los apoyan. Eso es responsabilidad de cada pueblo, y manifiesta su nivel de progreso y evolución.

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