Diario de León

FUEGO AMIGO

Derribos en la cuneta

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Es donde se encuentra el PSOE por aquí. Y las zancadillas se las pone el secretario Villarrubia a su portavoz en las Cortes Óscar López, a la vez jefe en Madrid. Un lío, sí, pero es lo que hay. Si uno repasa el panel de resultados de las nueve elecciones autonómicas, no es difícil descifrar las claves del prolongado declive de una oposición que sólo se pelea con los suyos. La gente sospecha que para ir quedando menos a la hora de repartir la penuria. El PSOE ganó en 1983, empató en 1987 malogrando diez procuradores y ciento veinte mil votos de una tacada, y perdió con descalabros crecientes todas las demás, hasta sumar siete revolcones seguidos. El triunfo lo personalizó Demetrio Madrid, que pagó un alto precio por su osadía, y los fracasos han correspondido, con alguna reincidencia, a Juan José Laborda y Jesús Quijano, a los leoneses Jaime González y Ángel Villalba, además de a Óscar López. Mientras Demetrio pasó una larga temporada en el purgatorio, los fracasados enseguida encontraron puente de plata y tentadores retiros para su despedida.

Pero más allá de la consolación individual de los perdedores, con su Senado, su Consultivo, su Comisión de la Energía o sus ferrocarriles de vía estrecha, el mensaje que proyecta la secuencia de descalabros resulta de una rotundidad palmaria: el PSOE acumula más de treinta años sin ganar unas elecciones autonómicas en Castilla y León. Y durante dos tercios de esos seis lustros, cargando con el sambenito de un discurso autonómico que imputaba todas las carencias y atrasos al desdén jacobino de un gobierno central socialista tan rácano con nuestras necesidades como complaciente con los caprichos periféricos. ¿Quién no recuerda los sucesivos engordes de una deuda histórica que crecía y crecía con Lucas como la bola de Bartola? Llegó Aznar al gobierno y por ensalmo se olvidó la reclamación.

Un paisaje político encallado y de tan acusada y creciente asimetría se traduce en la fugacidad de los opositores, cuyo escaso aguante contrasta con la permanencia, incluso más allá de lo médicamente recomendable, de algunos gobernantes. En este proceso declinante, el partido que hegemonizó el cambio en los ochenta ha ido perdiendo capilaridad y acomodándose a una parcela de resistencia cada vez más residual. En las provincias donde peor han ido los resultados apenas hay movilidad y el resto lo copan transeúntes diversos y opacos de la política, que pasan ahí el rato hasta ver si les sale algo mejor. En estos últimos meses, el abrupto Villarrubia, que viene al relevo, trata de toser alto, aunque suele hacerlo atropellando y a destiempo. Su payaso de las bofetadas es Óscar López, quizá decidido ya a irse a Europa. Tanto da. Para seguir perdiendo vale cualquiera.

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