Diario de León

HOJAS DE CHOPO

Más disparates lingüísticos

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Hoy está en Lois el Presidente de la Real Academia Española de la Lengua. Le acompañan tres académicos leoneses que, en una generosa sucesión histórica, hoy son miembros de la docta casa por antonomasia. Homenajean en la hermosa localidad de la montaña leonesa a dos de sus hijos, en un caso verdaderamente insólito, que en su momento formaron parte de la institución que “limpia, fija y da esplendor” a nuestra lengua. El motivo de esta presencia se incardina en la conmemoración del tercer centenario (1713-2013) de la fundación de la R.A.E.

Me gustaría poder preguntar al Presidente sobre todo, y es que la distensión veraniega también cuenta, por el anecdotario del disparate que se teje en torno a la belleza de la lengua. Comentaba no hace mucho en este mismo espacio cómo un político andaluz afirmaba que la lengua andaluza –daba por hecho su existencia y estructuras gramaticales- fortalecía la idea de Comunidad. Los vulgarismos se elevaban en su propuesta a categoría distintiva y enriquecedora.

Si los nacionalismos han de mirarse siempre con cautela, los que pretenden ampararse bajo la sombra de una lengua pueden convertirse en peligrosos. El último que conozco es reciente. Del pasado mes de junio. El día 13 el Grupo Popular de las Cortes Valencianas, amparado en un nacionalismo más que trasnochado, quería enviar una propuesta a la R.A.E. para que cambiase la definición del valenciano y reconociese su propia identidad lingüística. El más sólido argumento que sustentaba la petición, y cito textualmente, es que “el habla de los valencianos se escribe ya desde el siglo VI antes de Cristo”. Es verdad, y como tal hay que subrayarla, que no pocos integrantes del grupo político quedaron asustados por la magnitud de la barbaridad. Algunos políticos piensan que las urnas, tan escasamente legítimas al no recurrir a la transparencia de las listas abiertas, los elevan a los altares de todas las sabidurías, a la apertura de todas las puertas y a la soberbia inaudita que permite traspasar cualquier raya que ponga límites. Por eso el disparate forma parte de su condición, que, al contrario de lo que afirman los teólogos respecto al sacerdocio, no imprime carácter. Aunque algunos se lo crean, a pesar de convertirse en gregarios silenciosos y átonos que levantan, o no, la mano cuando alguien se lo ordena.

No puede ser. No puede ser que en las sedes parlamentarias, en principio lugares honorables donde se supone el alejamiento de la vulgaridad, la ignorancia y el catetismo, se sienten personajes como este. Hay asuntos que han de buscar otros escenarios, aunque es fácil que no encuentre ninguno disponible.

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