Diario de León

FUEGO AMIGO

La montaña de las nieves

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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B oñar, además de la villa más guapa, es la antesala de la montaña del Porma, en la que antes se entraba gradualmente: más arriba Vegamián, con su vega siempre verde, y luego Puebla de Lillo. La construcción del embalse diseñado por Juan Benet produjo un corte brusco en la cadencia del paisaje, que altera el espacio anegado: un implante artificial, aunque hermoso al cabo de los años. Pasado Remellán, cuya venta es una referencia no sólo gastronómica en la obra de Benet, un desvío a pie de presa indica la dirección de Valdehuesa y Rucayo, dos pueblos todavía expresivos de la belleza tradicional de esta montaña. Ahí está enclavado el Museo de la Caza, algo así como nuestro Riofrío provincial.

Pero no conviene distraerse con las tentaciones del camino. La carretera remonta el valle hacia Lillo, dejando a su izquierda las aguas embalsadas del Porma, a las que se une, cerca de Rucayo, un emisario con caudal del Curueño. La cola del embalse lame el término de Camposolillo, cuyo caserío se ha ido recuperando del abandono. La ermita de las Nieves da la bienvenida a Puebla de Lillo, nuestra capital del invierno. A la salida de Puebla, la carretera se desdobla en dos ramales. Uno prosigue por Cofiñal y el Puerto de las Señales, que es el primero que cierran las nevadas. El otro conduce hacia San Isidro y los lagos de Isoba y del Ausente.

El Porma brota en las estribaciones de la Sierra de Mangayo y baja hacia Lillo por la vertiente de Cofiñal, cuyo nombre remite a confín o lugar término, que es lo que en la práctica sigue siendo cada año que toca un invierno de nieves. El pinar de Lillo cobija en sus abesedos buenos ejemplares de abedules y hayas, además de tejos y acebos. De aquí salían los varales más imponentes para las grandes obras, como el arreglo del tejado de la catedral, hace ahora un siglo largo. En Puebla de Lillo se rehabilitó de aquella manera el torreón medieval, que ahora tiene un uso turístico. Le abrieron ventanas de oficina y luego le pusieron boina sobre un gollete acristalado. No es el único sacrilegio de la villa.

Pero la montaña leonesa no se distingue por la riqueza de su patrimonio, sino por el despliegue de paisajes violentamente hermosos. El lago del Ausente es un estanque glaciar que anuncia las tormentas y transmite el lamento lejano de los emigrantes. Estos puertos han sido y siguen siendo lugar de pasto veraniego para los rebaños de merinas que luego bajan a invernar a Extremadura. Y los pastores llevaban en sus pupilas la fuerza de estos paisajes serranos y algún puntazo de amor. Por eso, las parejas de verano se prometían ante las aguas un amor más fuerte que la separación invernal y los oídos prendados escuchaban durante el tiempo de distancia los suspiros del ausente.

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