Diario de León
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césar gavela
León

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Comienza a irse el año, melancólicamente. Un 2013 que en la provincia ha sido pacífico y poco optimista, como viene siendo habitual. Se han cerrado fábricas, han caído proyectos que parecían estables como la energía eólica, y el aeropuerto es un esqueleto. Naves industriales permanecen a medio gas en el mejor de los casos. También han caído muchos negocios pequeños y medianos. Y un ERE pende de empresas muy arraigadas, como Everest, tan ligada a la educación.

También los empeños culturales de las administraciones atraviesan tiempos infames. La mayoría de nuestros políticos recortan con dureza los modestos gastos de ese capítulo. Creen esas gentes indocumentadas y peligrosas que el dinero que contribuye a enriquecer nuestro espíritu, el destinado a abrir camino a nuestros anhelos más auténticos y universales, es un lujo superfluo.

El reguero de cierres empresariales es muy grave, pero también es cierto que muchas personas emprenden nuevas aventuras. Su apuesta es un ejemplo; su entusiasmo es admirable. Y su buen hacer es, casi siempre, manifiesto. En esta tierra la calidad existe; lo que se ofrece es bueno. Es una provincia cabal, que da lo que promete.

La adversidad es maestra de vida. La historia del arte y de la ciencia está llena de ejemplos que demuestran que las dificultades son el acicate de las mayores verdades científicas y artísticas. Como prueba «El Quijote», la novela más prodigiosa y universal, que fue escrita por un hombre viejo y fracasado. Pero lúcido y sabio, tenaz y bueno. Ojalá también nuestros emprendedores, que son los verdaderos protagonistas de estos tiempos ásperos, sean capaces de afinar en sus propuestas; de convertir en prosperidad su lucha difícil. Tan imprescindible para ellos como para todos los ciudadanos.

El año también ha tenido un suceso muy dramático, aún reciente: la muerte de los seis bravos mineros del pozo Emilio del Valle a setecientos metros de profundidad, casi al nivel del mar. Donde una ola ciega de grisú los dejó sin aire en unos segundos. Allí sucedió el dolor, allí el absurdo. La mina, después de varios años, volvió a cobrarse su botín de muerte.

De lo demás, destacaría que León ha vuelto a ser venturosa en su gran patrimonio lírico: sus escritores. Unos y otros, los famosos y los desconocidos, los mayores y los más jóvenes, los narradores y los poetas, dejan un excelente fruto. Dejan palabras que curan y sugieren, que embellecen y profundizan el vivir de cada uno de nosotros.

León es tierra de palabras. Y ahora debe serlo también y más que nunca, de hechos. De sólidos y civilizados logros en medio de la tempestad. Mientras tanto, los políticos hablan y, en el fondo, solo se preocupan de sí mismos. De su ambición, esa cosa tan aburrida y vulgar. Pero ellos, los políticos, olvidan que al resto de las personas les importa nada su egolatría y su envaramiento, su ruido y su vacío.

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