Diario de León
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Las dos cadenas montañosas que acotan por el norte y el sureste casi todo el territorio cabreirés, dejándole dos valles de salida, lucían su corona de nieve, que en la semana del carnaval brillaba esplendorosa bajo un sol recién desperezado y bien lavado. Así que desde el Morredero era un auténtico «gozo de la vista», como hubiera dicho el poeta, la línea blanca de la gran Sierra de la Cabrera Baja, alejándose en oblicuo desde el Vizcodillo, donde alcanza los 2000 metros y ya no los pierde hasta perderse ella de vista en Peña Trevinca. Y desde el lado de esta Sierra el gozo en la visión lo ponía el Morredero, algo más bajo y por tanto más escaso de corona, pero con la elevación soberbia y preponderante del Teleno. Las dos cumbres, Teleno y Trevinca, dioses benignos, y aquel al menos tutelar, reúnen sus aguas en sendos ríos, una en el Eria que va hacia la meseta y el este por el valle más apacible de la Cabrera Alta y la otra en el Cabrera, que gira hasta correr en dirección oeste por un valle mucho más largo y profundo para encontrarse con el Sil en Puente de Domingo Flórez tras un viaje de unos 70 kms.

Ahora, pues, la primavera inicia su regreso al viejo territorio y lo hace en un viaje él mismo de retorno desde ese punto más alejado de la línea de la nieve que impulsa el nacimiento del agua. El viaje tiene la longitud del río, con fugas a sus afluentes, y se demora unos dos meses entre el primer tanteo y reconocimiento hasta la rendición del terreno finalmente ocupado. Llegará aún a tiempo de ver esa nieve, al menos la sostenida por el gran nevero de Lacillino en La Baña y los otros más reducidos de las pendientes del lago.

En las vegas y viñas de los pueblos cercanos a la desembocadura del Cabrera están en plena floración los almendros, mientras que la inician los melocotoneros silvestres o priescales, los ciruelos silvestres y algún cerezo. La marea floreciente acaba por ahora en Pombriego, el pueblo que goza del favor pleno de la naturaleza en su regazo cálido, donde además el árbol del amor ya afina sus brotes para la ebullición inminente en vibrante burdeos. Como todo viaje que se precie, también este destaca su avanzadilla, que ha llegado ya hasta la herrería de Llamas, en un rincón en que las laderas dibujan un valle en uve de verdadero vértigo: allí lucen los priescales su alboroto brillante y solitario. Pero pronto llegará el grueso del ejército florido para seguir su marcha valle arriba y así atravesar el municipio de Castrillo y luego el de Encinedo hasta La Baña y finalmente el lago, donde en junio teñirá de amarillo los piornos que lo coronan, y también desviarse a la derecha, siguiendo el curso del Silván para acabar en este pueblo, tras atravesar Sigüeya y Lomba en su ladera soleada. Entre Pombriego y Odollo los madroños, que por aquí reciben el nombre de yérbados, a falta de flores, parecen haberse dedicado a pulir la cara de sus hojitas para sacarle todo el brillo a esa piel de un verde claro, que palpita entre los alcornoques (llamados zufreiros o en femenino sufrieras: nada que ver con azufre, sino derivados no menos ortodoxos del latín súber).

Con el retorno de la primavera coincidía el despertar de las gentes, en camino de esa gran explosión mística y vegetal, que es la Pascua. La preceden cuarenta días, precedidos por la algarabía del carnaval. Como en todas partes, también en los pueblos cabreireses se celebraba ese introito al silencio con una explosión instantánea de libertad, desmesura y burla. Las figuras y disfraces se repetían año tras año con su licencia para zaherir. Y la burla servía para decir «adiós a todo eso», pero con seriedad. Oí contar una vez el caso de un hombre que se disfrazó de burro. Así que se puso una cabezada y unas orejas y se echó encima unos serones, disfraz previsible, si no fuera que el hombre añadió el detalle de su extrema determinación: cargó unas piedras en los serones. Era sin duda un estoico, que nunca, pese a quien pese, no importa que fuera a sí mismo, se hubiera permitido engañar a nadie, grave pero no menos original, cuando decidió que además de parecerse a un burro, debía también serlo. Eso es una apuesta por la credibilidad y lo demás son vainas. Para él la Pascua de ese año hubo de llegar sin duda más florida y hermosa.

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