Diario de León

FRONTERIZOS

El cocinero de César

Publicado por
MIGUEL Á. VARELA
León

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Ha habido algo de ritual primitivista en toda esta ceremonia de despedida del primer presidente del actual sistema democrático, o lo que quiera que sea esto en lo que chapoteamos. Desde ese anuncio de su fallecimiento, a modo de profecía cuaresmal, cuarenta y ocho horas antes de que se produjera, hasta el entierro de los restos mortales en un sepulcro catedralicio, con toda la iconografía neomedieval que eso conlleva.

Todo ha sido como de culmen catárquico, de ceremonial purgante para un país con la moral por los suelos, carente de un mínimo proyecto común y asediado por fuerzas económicas que han derrotado en todos los frentes a la dialéctica de la democracia política.

Harto como está el país de la casta atrincherada en sus privilegios y secuestrada por los poderes que no pasan por las urnas, hemos despedido a Suárez como al máximo representante de un periodo en el que creímos, tal vez ingenuamente, que las cosas podían ser de otra manera. Como no habíamos leído a Vázquez Montalbán, ignorábamos que el futuro no es como nos lo esperábamos sino como nos lo temíamos.

Así que la muerte de Adolfo Suárez nos ha llevado de nuevo a la Transición, a ese tiempo primero colgado en los tendederos de la alabanza y arrojado luego al cesto de la ropa sucia sin acabar de comprender que probablemente la prenda no merecía ni lo uno ni lo otro. Analizar el legado de Suárez con los ojos llenos de presente provoca un desenfoque de la imagen, ha dicho Gabilondo estos días: «la Transición fue un tiempo único e irrepetible en el que se hizo lo que se pudo y se hizo como se supo».

La mejor definición de Suárez la ofreció aquel «bon vivant» de la derecha que fue Antonio de Senillosa: «Manuel Fraga lo sabe todo y no entiende nada; Adolfo Suárez no sabe nada y lo entiende todo». No era precisamente un intelectual Suárez, ni falta que le hacía: un exceso de referencias podría haber enturbiado aquel instinto de animal político que manejó con maestría en las distancias cortas y en los momentos más complicados.

Perdió la memoria cuando una nueva generación había empezado a recuperar la de sus abuelos y en esa relectura crítica aparecen sombras que van empañando las luces del tiempo de Suárez. Pero el expresidente era ya era inofensivo y ese detalle ha contribuído al tono ditirámbico de su despedida.

Tenemos necesidad de líderes y como a nuestro alrededor no los hallamos lloramos a los que no tenemos. Y en esa búsqueda estamos olvidando aquello que nos contó el poema de Brecht: «La noche en que fue terminada la Muralla china, ¿adónde fueron los albañiles? (…) El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él sólo? César venció a los galos. ¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?».

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